La Vanguardia

Los celos retroactiv­os

- Llucia Ramis

Queridos precursore­s de la revolución sexual: como todas las libertades, también esa que conquistas­teis se convirtió en motivo de recelo. Freddie Mercury murió en nuestra pubertad, y el sida sustituyó al hombre del saco. El sexo daba miedo. Precaución, el sexo mata. Vosotros lograsteis que dejara de ser tabú, nosotros volvíamos a la relativa seguridad de la monogamia; falsa, como falsa ha sido siempre la conservado­ra doble moral. En todo caso, hay que ser muy ingenuo para creer que uno puede proclamars­e libre sin que lo tachen de mil cosas que no le definen.

Tengo amigos cultos, modernos, bien educados y tal, a los que les cuesta salir con chicas que hayan tenido muchas relaciones. A nuestra edad, es harto difícil si no son divorciada­s que le fueron fieles a sus maridos (y claro, en estos casos ellas no tienen ninguna intención de repetir el mismo error). Por eso mis amigos optan por parejas más jóvenes: no sólo por su piel tersa y su energía. Sino porque las que están de vuelta de todo les resultan poco sexys o les intimidan. “Me basta con mi propio cinismo”, se justifican. Si bien no esperan ser los únicos, al menos serán de los primeros.

Lo hecho, hecho está, y cada uno es lo que hizo; hay que reírse de los propios celos para vencerlos

A los veintipoco­s años, mis novios tenían la edad que tengo ahora; es gracioso verlo desde el otro lado. El problema es cuando nos juzgamos por nuestro pasado. O peor: cuando ellos nos juzgan,y nosotras nos cuestionam­os. Será porque el príncipe azul es la versión Disney de la competició­n entre machos por la hembra; será porque creen que su virilidad está en juego; o porque, en la ficción, la idea de felicidad va ligada a la de pareja estable. Como si la pareja fuera una meta, y no una etapa. Como si fuera un triunfo, y no una opción. Por lo visto, estamos hechas sólo para uno. Los demás son intentos fallidos que no deben recordarse ni mencionars­e nunca.

Mi abuela tiene seis hijos, dieciséis nietos, muchos bisnietos, y se pregunta cómo puede quererlos a todos. Cree que, cuantas más personas quieres, más se te agranda el corazón. Estoy de acuerdo. Y además aprendes a querer a cada uno por cómo es, y no por el tiempo que compartís ni porque necesites garantizar­te compañía. “No podría salir con alguien como tú”, me han llegado a decir, sin pensar que soy yo la que no saldría con nadie como ellos. Hay muchas maneras de ser único, y no se trata de una cuestión numérica.

Nada provoca tragedias de forma tan estúpida como los celos, y nada es más estúpido que los celos retroactiv­os. Lo hecho, hecho está, y cada uno es lo que hizo. Soy así por todas las personas a las que he querido, mi pequeña reivindica­ción de la libertad. Hay que reírse de los propios celos para vencerlos. Un amigo tuvo una novia que había salido con un rockero. En secreto, iba a clases de guitarra para estar a la altura de ese ex. Ignoraba que ella lo dejó porque estaba harta de que le tocara la guitarrita.

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