La Vanguardia

Censura en tiempos de cólera

- Chufo Lloréns CH. LLORÉNS, escritor

Mi afición al mundo del humor me viene desde joven, ha llovido desde entonces y es por ello que sin darme cuenta me encuentro comparando épocas pasadas y presentes. Los monologuis­tas actuales, salidos de las factorías de televisión, me parecen todos cortados por el mismo patrón y bastante previsible­s.

Durante la dictadura, los humoristas teníamos un catalizado­r que obligaba a aguzar el ingenio, la censura franquista siempre vigilante. El mérito consistía en burlarla, conseguir que el funcionari­o de turno pasara por alto lo que queríamos decir y que el público sí lo pescara. El censor tenía dos grandes fijaciones: obligar a la vedette a ponerse un chal que le tapara el escote hasta la hucha del pecho y corregir el guion del cómico. Una vez había conseguido fastidiar un estreno se marchaba ufano a decirle a su superior que había cumplido con su deber patriótico.

Les explicaré una anécdota vivida en primera persona de la que todavía me río: Iba yo de turné por España presentand­o en teatros y plazas de toros el último festival de Benidorm. Mi función consistía en “amenizar la cosa” ya que nombrar cantantes y canciones uno tras otra se hacía monótono y larguísimo. En el espectácul­o salía yo y contaba una historia en clave de humor. Miguel Gila, buen amigo mío, me brindó una frase que me venía de perlas para introducir un chiste mexicano que yo explicaba con acento cantinfler­o. La frase en concreto era: “Había un coronel cuya mujer era muy ligera de cascos, lo llamábamos… sin novedad en la frente...” y ahí comenzaba el chiste. Esa noche tocaba actuar en la plaza de toros de Valencia. Al salir del escenario me sorprendió una nota del censor que me citaba en el Gobierno Civil al día siguiente. Para allá me fui, barruntand­o la tormenta. La bronca fue descomunal, me tildaron poco menos que de anarquista por reírme del régimen y humillar a los militares y se me multó con 2.000 pesetas que en 1960 eran una auténtica fortuna; yo le di coba, me justifiqué alegando que el chiste se refería a un coronel mexicano y que el acento avalaba mi afirmación, perdí toda la mañana y conseguí rebajar la multa. Ojo al dato, todo quedó en 500 pesetas. Eso sí, a partir de aquel día, donde decía coronel debía decir sargento. Un coronel no podía llevar cuernos, un sargento sí. Sin comentario­s.

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