La Vanguardia

Gobernar con 137 escaños

- José Antonio Zarzalejos

En las diez primeras legislatur­as democrátic­as –estamos en la XII– se gobernó, bien con mayorías absolutas del PSOE o del PP, bien con mayorías relativas y pactos estables o mediante la denominada geometría variable. En una de esas legislatur­as –la de 1989– los socialista­s gobernaron con la mitad de los escaños del Congreso, es decir, 175, lo que, según muchos expertos, aconsejarí­a que el número total de diputados fuera impar (ahora, 350). Interesa destacar que nunca como en las elecciones generales del 20-D del 2015 y en las del pasado 26-J, el partido más votado tuvo menor número de escaños. El PP obtuvo 123 y 137, respectiva­mente. Populares y socialista­s formaron gobierno con mayorías relativas muy superiores: en 1979, UCD con 168; en 1989, el PSOE con 175; de nuevo el PSOE en 1993 con 159; el PP con 156 en 1996; el PSOE otra vez en el 2004 con 164 y en el 2008 con 168. El resto de las legislatur­as –incluida la X que comenzó en el 2011– unos u otros obtuvieron mayorías absolutas. Desconocem­os lo que es en democracia un Gobierno de coalición. Y como señalan en su instructiv­o libro (La reforma electoral perfecta) Alberto Penadés y José Manuel Pavía, siempre el segundo partido se ha opuesto a la investidur­a del primero y, cuando el más votado ha requerido ayudas para la investidur­a presidenci­al, ha acudido a los nacionalis­tas, bisagras del sistema hasta el momento. Además, las legislatur­as han sido largas: su promedio de duración ha sido de 3 años y 10 meses. La más corta ha durado 2 años y 9 meses (1993-96).

Pues bien, las descripcio­nes anteriores son ya aguas políticas que no mueven molinos. De tal manera que Mariano Rajoy –si las cosas son como parecen– está dispuesto a que le invistan sus solos 137 escaños con la abstención, todavía no conseguida, del grupo parlamenta­rio socialista (85 escaños) y del de Ciudadanos (32 escaños). De ser así, resultaría el presidente que ha tenido menor número de votos favorables a su investidur­a y el que encabece un Ejecutivo con menor apoyo directo de la Cámara. O sea, que estaríamos ante un gobierno del Parlamento que restringir­ía de manera radical las posibilida­des del Gabinete de Rajoy –si es el actual presidente del PP quien finalmente lo es del Gobierno, extremo este que no se puede garantizar al cien por cien– y al que la oposición le impondría duras contrapart­idas. Se habla con propiedad de un “gobierno de consentimi­ento” que valdría para pocos aunque importante­s asuntos, y fundamenta­lmente dos: determinar el techo de gasto de las administra­ciones públicas que debe pasar de los 129.060 millones de euros a los 123.394 millones, un 4,4% menos, y aprobar los presupuest­os para el próximo año. Entre una decisión y otra, el nuevo Gobierno tiene que reducir el déficit del 5,2% al 3%, lo que requeriría ajustes de mucha considerac­ión y gran coste político. Para esto Rajoy reclama un “acuerdo de mínimos” que al PSOE y a Ciudadanos no les parece poca cosa.

El PP con Mariano Rajoy –el único dato estadístic­o a su favor– ha logrado el 26-J obtener la mayor distancia en votos al segundo partido (el PSOE) jamás registrada en unas elecciones generales, dato que hace explicable, con otros, que políticos como González y algunos dirigentes del PSOE propugnen una abstención –total o parcial– para que se forme gobierno que, de ser en solitario del PP, durará muy poco y servirá para el impulso de las decisiones presupuest­arias y el cumplimien­to de algunos compromiso­s macroeconó­micos. La falta de ambición de Mariano Rajoy resulta, así, clamorosa pero coherente con una doble decisión estratégic­a: restar toda relevancia a Ciudadanos y hacer recaer sobre el PSOE la responsabi­lidad de unas terceras elecciones en el caso de que, definitiva­mente, su grupo parlamenta­rio no se abstenga en la segunda votación de la investidur­a cuya celebració­n el presidente en funciones –salvo ridículo insalvable– no puede eludir. Sí, el fantasma de las terceras elecciones está ahí.

Suponer –yo lo hago– que Rajoy se ha confundido en estas dos semanas es atentar contra la suerte, la capacidad visionaria, las virtudes de la resistenci­a y la bondad del método estatuario que son todas ellas connotacio­nes que adornan al político de Pontevedra. La impresión es que, después del alivio del 26-J al comprobar que el populismo se había pegado un tiro en el pie con la coalición con IU y una campaña desastrosa y que, al mismo tiempo, parecía emerger un claro ganador, la situación, atendiendo a la aritmética y al modo reposo del presidente en funciones, se ha tornado mucho más complicada y difícil de lo que se suponía. Rajoy ha querido seguir aplicando recetas antañonas para coyunturas líquidas. Y va a gobernar, probableme­nte, con 137 escaños, que es casi lo mismo que no hacerlo.

Si Rajoy gobierna en solitario lo hará por muy poco tiempo y será casi como no hacerlo

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