Dos siglos de turistas
Un libro recupera la historia del sector en Barcelona y aborda la relación de la ciudad con una de sus fuentes de riqueza
Comienzo hablando de la ciudad en que me encuentro. Es bella, rica, grande y poblada, situada en una llanura muy agradable. (...) Las calles son anchas, rectas y pavimentadas con grandes piedras; las iglesias son magníficas”.
En 1755, el italiano Norberto Caino describía así a la ciudad, según recoge Lluís Permanyer en su obra 1.000 testimonis sobre Barcelona. Entonces se les llamaba viajeros, pero eran los prolegómenos de un fenómeno hoy en día central para la vida urbana: el turismo. Una actividad que crea riqueza, pero también dificultades y polémicas, por su influencia en la vida cotidiana de los barceloneses. Ahora, el libro Destinació BCN recorre la historia del turismo en Barcelona: su origen, las iniciativas ciudadanas, su impacto y los problemas que causa. Es una obra coral, editada por Efadós y el Ayuntamiento, en la que han participado 19 autores y que está coordinada por Saida Palou.
¿Cuándo empezó el turismo? ¿Quién fue el primer turista? Pues es difícil saberlo, entre otras cosas porque aquellos pioneros eran definidos como viajeros. Sí conocemos cuándo apareció la primera guía para aquellos que llegaban a la ciudad: fue en 1776, y se dedicaba a “los forasteros”. Incluía los datos necesarios para gestionar asuntos administrativos, académicos, legales y hasta espirituales, así como un calendario.
Saida Palou apunta que “la construcción turística de Barcelona forma parte de un proceso más inducido que espontáneo”; pero de cualquier manera la ciudad es hoy un referente del turismo urbano; un devenir que se transforma a partir de la década de 1860, se acelera en los felices años veinte del pasado siglo y entra en crisis con el Fòrum de les Cultures.
De todas formas, esta historia se podría arrancar con los primeros relatos de los viajeros que arribaban a Barcelona en torno a la primera mitad del siglo XVIII. Estos aventureros se hospedaban en los hostales que se habían perpetuado desde la edad media, muy vinculados a la vida comercial, que luego se convirtieron en fondas que ya daban más servicios y hasta comenzaban a destacar por sus lujos, como la Fonda Oriente, abierta en 1842 en la Rambla.
El turismo tiene un punto en común con la historia de la ciudad en sí misma: ha avanzado con los grandes acontecimientos. Por ejemplo, con la Exposición Universal de 1888, que supuso un vuelco al urbanismo y el inicio de la época de los grandes hoteles. O con la de 1929. Un hito esencial es la creación en 1908 de la Sociedad de Atracción de Forasteros; una entidad que nació pública, pero que se transformó en privada a raíz de la crisis de las finanzas municipales, si bien siempre colaboró intensamente con el Ayuntamiento. Su vida se alargó hasta 1936, cuando la Guerra Civil se la llevó por delante, como tantas otras cosas.
Pero quienes venían necesitaban guías y planos para orientarse y saber qué les ofrecía la ciudad. Obras que empezaron siendo compendios de datos para ir ampliando horizontes y convertirse en crónicas personales, como las escritas en los años setenta por Tisner, Espinàs, Cirici o Carandell.
El turismo de Barcelona ha avanzado por medio de los grandes eventos, como exposiciones o los Juegos Olímpicos. Se ha dotado de numerosos lemas como aquel de “ciudad de ferias y congresos”. Y es objeto de polémica y rechazo por parte de buena parte de la ciudadanía, que destesta deambular por las zonas invadidas por los visitantes ávidos de bajos precios, calidad ínfima y alcohol a destajo. Pero nadie puede obviar que se trata de una enorme fuente de ingresos. Barcelona ofrece clima, arte, gastronomía o arquitectura, y busca ahora una política que aúne economía y convivencia. Por el momento, el turismo tiene un libro sobre su historia.
El fenómeno evoluciona con los grandes actos como las exposiciones o los Juegos Olímpicos