La Vanguardia

De Madrid a Londres

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Las dificultad­es de Mariano Rajoy para conseguir ser investido presidente; y los retos de la nueva primera ministra británica, Theresa May.

DOS semanas después de la celebració­n de las elecciones generales del 26 de junio, la niebla sigue dominando el horizonte. La primera ronda de contactos llevada a cabo por Mariano Rajoy, ganador de los comicios, concluyó ayer sin indicios de solución a corto plazo. El Partido Popular no logra sumar más apoyos a sus 137 escaños y no se perfilan las suficiente­s abstencion­es para una investidur­a con éxito a finales de mes.

La presión se concentra sobre el Partido Socialista Obrero Español y este partido argumenta, no sin razón, que la responsabi­lidad principal se halla en manos del Partido Popular, en cuanto que ganador de las elecciones. Rajoy ama las tácticas inerciales. Esta es una de las caracterís­ticas más acusadas del hombre que preside el Gobierno de España desde el 2011. El quietismo como divisa. Esperar a que el paso del tiempo decante las situacione­s y que las tensiones derivadas de la inmovilida­d hagan mella en los adversario­s. Rajoy apostó en enero por la repetición de las elecciones y la cita del 26 de junio no le fue del todo mal: recuperó seteciento­s mil votos y 14 escaños. No le fue mal, pero se halla lejos de la mayoría y no encuentra aliados. El Partido Popular aún se halla mentalment­e instalado en la mayoría absoluta. Hoy por hoy, ese puede que sea su principal problema. Mariano Rajoy deberá decidir en los próximos días si se arriesga a acudir a una sesión de investidur­a de la que puede salir derrotado.

En el Partido Socialista Obrero Español no todos piensan lo mismo. El secretario general Pedro Sánchez pronuncia un no en mayúsculas, muchos dirigentes territoria­les del partido vienen a decir “de entrada, no”, y el expresiden­te Felipe González, que ejerce las funciones de consejero áulico, sugiere una abstención negociada y rápida. El debate socialista se halla muy condiciona­do por la proximidad del congreso del partido, en el que la continuida­d del actual secretario general no está asegurada. Parece evidente que Sánchez no quiere ofrecer una abstención impopular entre muchos votantes de izquierda, para después ser inmolado en el congreso federal. Si la investidur­a de Rajoy fracasara, Sánchez podría explorar la posibilida­d de una mayoría alternativ­a, que necesariam­ente debería contar con Podemos y con los soberanist­as catalanes, hipótesis que podría provocar un auténtico estallido interno en el PSOE. (Al respecto, Francesc Homs, al frente de los ocho diputados del nuevo Partit Demòcrata Català, ya ha dicho que está dispuesto a considerar esa posibilida­d.) La estrategia socialista parece muy condiciona­da por los 71 diputados de Unidos Podemos. Los dirigentes socialista­s temen que la abstención los invalide como principal partido de la oposición. Un PSOE muy obsesionad­o con Podemos no es un buen pasaporte para los próximos tiempos. El Partido Socialista sólo será reconocido como alternativ­a de gobierno si se sitúa con claridad en el terreno de lo posible. O abstención clara y bien negociada, o candidatur­a alternativ­a, si es que esta es factible. El peor escenario para los socialista­s sería una abstención vergonzant­e.

Queda tiempo por delante. El PP debe interioriz­ar que ya no posee la mayoría absoluta y que sólo podrá gobernar con mucha flexibilid­ad y acuerdos. El PSOE debería relajar su temor a Podemos, que a su vez afronta una maduración complicada. Y Ciudadanos no debería regatear al PP lo que en febrero le ofreció al PSOE. La política española debe bajar a la realidad.

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