La Vanguardia

Cameron dice adiós y deja al país en medio de la incertidum­bre

Abandonó sus planes de reforma social para suscribir un severo plan de austeridad

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Si fuera un boxeador, habría perdido por KO en el sexto asalto (lleva seis años en Downing Street). Si fuera un corredor de fórmula 1, se habría estrellado en la curva del Brexit. Si fuera un torero, le habría cogido un toro llamado Europa. Si fuera un tenista, habría perdido el partido con una doble falta. Pero en los Comunes, la pista central de Wimbledon de la política británica, casi toda la cámara se puso en pie para agradecerl­e los servicios prestados con una ovación de dos orejas, rabo y vuelta al ruedo.

Goodbye, Mister Cameron, el primer ministro que abandona más joven el 10 de Downing Street desde el conde de Roseberry en 1895, y pasará a la historia como el líder que sacó a Gran Bretaña de la UE sin querer, por convocar un referéndum imprudente para calmar la sed insaciable del ala euroescépt­ica tory, que es minoría pero se ha hecho con el control del país.

Todos los últimos primeros ministros británicos han quedado marcados por un único acontecimi­ento. En el caso de Blair, por la guerra de Iraq, juzgada como un desastre que ha alimentado el fundamento islámico; en el caso de Gordon Brown, el colapso económico del 2008 y el rescate de la banca con el dinero de los contribuye­ntes; y en el caso de Cameron, Europa. Su ventaja es que las consecuenc­ias del Brexit tardarán en saberse, y por el momento disfruta de libertad provisiona­l con una sentencia suspendida, y puede apelar al Tribunal Supremo.

“El viaje no ha sido fácil, pero se ha tratado del honor más grande de mi vida y voy a echar de menos a las multitudes, hubo un momento en que yo era el futuro”, dijo como si fuera un rockero nostálgico, en sus últimas palabras a la puerta de Downing Street, antes de subirse al coche oficial que le iba a llevar al Palacio de Buckingham para presentar su dimisión en la audiencia final con la reina.

A palacio llegó en un vehículo y se fue en otro, mucho más sencillo y no blindado, porque así de cruel y simbólica es la política británica. Al fin y al cabo ya no es el jefe del Gobierno, sino un simple diputado por Oxfordshir­e que al menos inicialmen­te conservará su escaño parlamenta­rio (dice que necesita el dinero para mantener su tren de vida y no acudir a la fortuna familiar), en vez de asesorar a gobiernos extranjero­s y multinacio­nales como Tony Blair.

El espíritu de fair play que desapareci­ó durante la campaña del referéndum regresó a Westminste­r en la despedida de Cameron, que hasta tuvo palabras amables para el jefe de la oposición Jeremy Corbyn –ambos se detestan–, y dijo que “casi admiraba” su tenacidad para aferrarse al puesto. El líder laborista respondió que en la mayoría de cosas no estaba de acuerdo, pero le agradecía la legalizaci­ón del matrimonio homosexual.

David Cameron sedujo a los militantes conservado­res con un discurso sin papeles en el congreso del partido, y aprovechó la crisis económica y la fatiga laborista tras la etapa Blair-Brown para colarse en Downing Street. Llegó como un típico one nation tory, dispuesto a apelar a todos los segmentos del país y no sólo al ala derecha conservado­ra. Se presentó como un reformista social, estricto neoliberal en términos económicos, pero progresist­a en cuestiones sociales. Pero los planes para reducir la desigualda­d, crear oportunida­des para los jóvenes y estimular al trabajo a quienes dependen del Estado de bienestar quedaron truncados, si es que alguna vez los hubo de corazón, por la irrupción de la crisis y su entrega al plan de austeridad y recortes más severo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, para eliminar el déficit no más tarde del 2020. Un objetivo no cumplido, que su sucesora May no ha tardado en descartar a fin de estimular la inversión pública.

“Espero dejar un país más fuerte en cuestiones de seguridad y con unos fundamento­s económicos más sólidos”, dijo Cameron en su despedida. Lo primero es cuestionab­le. Lo segundo, seguro que no. Un profesor, a poco estricto que fuera, le daría un suspenso. Pero en política raramente se puede repetir curso, si no te llamas Churchill.

La frivolidad con que convocó –y perdió– el referéndum europeo marcará para siempre un legado muy discreto

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ADRIAN DENNIS / AFP Cameron abandonó Downing Street con sus hijos, Arthur, Nancy y Florence, y su mujer, Samantha

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