Ortodoxo y vanguardista
Jurado y la guitarra de Manolo Sanlúcar. En 1988 se publicó su
JUAN PEÑA, ‘EL LEBRIJANO’ (1941-2016) Cantaor flamenco
Cuando Lebrijano canta, se moja el agua”. La frase de Gabriel García Márquez se ha recordado ahora, en el momento de la muerte de Juan Peña Fernández, el Lebrijano, quizá el último representante del cante flamenco de oro que seguía vivo. El hijo de Bernardo Peña, gitano de Lebrija, y María Fernández, la Perrata, de la inagotable familia de los Perrate de Utrera, ha fallecido en Sevilla a los 74 años.
Con la desaparición física del Lebrijano pasa a la historia uno de los cantaores más importantes de todos los tiempos, a la altura de Enrique Morente y otros grandes iconos del arte jondo. El Lebrijano irrumpió en el cante en la década de los años sesenta y compartió cartel con Menese, Fosforito, Naranjito de Triana, Chiquetete o Camarón de la Isla, siempre a su altura, muchas veces superándoles.
Tuvo el Lebrijano la virtud de que siendo un profundo conocedor del flamenco ortodoxo se convirtió en uno de los grandes abanderados de la colaboración de este arte con otras músicas, una postura que le valió no pocas críticas. Pero él tenía claro que tenía que abrir el flamenco, “interpretarlo de otra manera, hacerlo más asequible a todo tipo de oídos que no están acostumbrados a escucharlo”.
Fiel a esta premisa, Juan Peña marcó unos hitos que nadie en ese mundillo había trazado con anterioridad. Fue pionero en la colaboración con otras músicas y de ahí llegaron sus interpretaciones con orquestas sinfónicas o con la Orquesta Andalusí de Tánger, con la que grabó Encuentros (1985) y con el violinista árabe Faiçal para sacar a la luz obras de fusión como Casablanca (1998). Fue el primer flamenco en actuar en el Teatro Real de Madrid (1979) o en dedicar sus discos a temáticas concretas, como a los sufrimientos históricos del pueblo gitano plasmado en su disco Persecución (1976), con letras del escritor Félix Grande, o el que dedicó a la Semana Santa y que se tituló Lágrimas de cera (1999).
Y el caso es que Juan Peña comenzó como guitarrista, campo en el que también hubiera podido ser un virtuoso. Pero su éxito en el concurso flamenco de Mairena del Alcor, en el año 1964, le derivó definitivamente por los campos del cante. Enseguida empezó su colaboración con la compañía de Antonio Gades, en la que permaneció varios años como cantaor acompañando el baile del artista.
A su voz redonda y bien timbrada unía su profundo conocimiento de las esencias del cante flamenco, con el que sabía interpretar con maestría los más diferentes estilos. Sus primeras grabaciones eran de una gran calidad, acompañado al toque por guitarristas de tronío como Niño Ricardo, Manolo Sanlúcar o Juan Habichuela, también fallecido recientemente. En su disco De Sevilla a Cai (1969), grabado con Niño Ricardo y Paco de Lucía, el Lebrijano empezó a innovar en cantes que hasta entonces parecían intocables, como la soleá o la seguiriya. Luego llegarían De casta le viene (1970), Senderos del cante (1971), Arte de mi tierra (1974), Se canta con L (1978), Ven y sígueme (1982), ¡Tierra! (1989) y su disco en directo (1997)
Y es que “el cante no se podía estar quieto”, frase con la que se defendía del aluvión de críticas que le dedicaban los puristas, un enfrentamiento histórico donde los defensores de la ortodoxia mantienen siempre posturas maximalistas. Pero el Lebrijano, cuyas creaciones él no consideraba innovación, ni investigación, sino “melismas de refresco”, repetía que “si el arte se estuviera quieto, como anhelan los puristas, sólo se admitiría a Velázquez y no existiría Goya”.
Entre sus grandes obras se encuentra su Evangelio gitano (1981), la primera ópera andaluza que contó con la voz de Rocío
Carta de un andaluz a un general, en la que manifestaba su solidaridad con el pueblo chileno y su apoyo al no en el referéndum convocado por el dictador Augusto Pinochet, con letra de José Manuel Caballero Bonald.
En 1986 recibió la Medalla de Andalucía. Entre sus orgullos personales estaba haber interpretado a su modo el Himno de Andalucía en Flamenco por Andalucía, España y la Humanidad. En 1997 el Ministerio de Cultura le otorga la Medalla de Oro al Trabajo, uno de los múltiples premios y galardones que jalonaron su vida.
En el 2008 se metió en un estudio de grabación por última vez para sacar a la luz Cuando Lebrijano canta, se moja el agua, en homenaje a la frase de García Márquez, con su sobrino Dorantes al piano y textos del Nobel colombiano de literatura. En los últimos años, la presencia de Juan Peña era tan habitual cantando en modestas peñas flamencas como impartiendo conferencias en las universidades de verano. Hace dos años la Bienal de Flamenco cerró con una gala en su honor la XVIII edición del acontecimiento flamenco más prestigioso en las últimas décadas.
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, envió un mensaje de pésame a la familia de Juan Peña, en el que destaca que “se nos va un maestro del arte y de la vida, un artista y una persona única”.
Fue uno de los más destacados cantaores de todos los tiempos, a la altura de Enrique Morente