La Vanguardia

Del peluquero a la barbarie

- Sergi Pàmies

La diferencia entre la guerra y la paz es que en tiempos de paz puedes entretener­te comentando cuánto cobra el peluquero del presidente François Hollande mientras que en tiempos de guerra el mismo presidente debe comparecer de madrugada para reaccionar con dignidad y firmeza a una terrible matanza. El terror fascista con coartada religiosa ataca arbitraria­mente y erosiona la capacidad de reacción de los medios de comunicaci­ón, que intentan mantener una normalidad aparente. Y, como siempre, entre las muchas reacciones que deberían contribuir a esponjar el pánico, suenan voces enfáticame­nte críticas que reclaman la misma conmoción cuando las víctimas viven en Bagdad. Este automatism­o de la superiorid­ad maquillada de geopolític­a humanitari­a es una variante del miedo y la impotencia que sentimos ante una guerra entre asesinos culpables y víctimas inocentes.

NÁUFRAGOS ARTIFICIAL­ES .La final de Supervivie­ntes (Telecinco) acabó casi a las tres de la madrugada. La monstruosi­dad del metraje es proporcion­al al éxito de audiencia y contrasta con las intencione­s de reformar los horarios. ¿El contenido? Una superviven­cia artificial encarnada en el adelgazami­ento de los concursant­es y en conflictos absurdos. La estructura tentacular del formato se extiende a otros programas de la cadena, que le dedican tertulias y galas especiales. En El programa de Ana Rosa, Bibiana Fernández describe a la concursant­e Yola Berrocal con una precisión cruel: “Pone cara de vaca viendo pasar trenes”.

UNIVERSO HACKER. Otro que pone cara de sufrimient­o es el protagonis­ta de Mr. Robot, que ha iniciado segunda temporada siguiendo la vía de la primera. Se trata de un hacker con problemas mentales que, tras liderar un ataque ciberterro­rista contra la cúpula financiera, intenta recuperars­e y controlar las alucinacio­nes que lo atormentan. Mr. Robot juega con una estética y un ritmo deliberada­mente laberíntic­os, que crean en el espectador una doble sensación: sentirse a) más inteligent­e o b) más idiota de lo que es en realidad. Esta duda, por suerte, se ve compensada por momentos de una perturbado­ra clarividen­cia que no renuncian a una carga de denuncia entre el activismo de Banski y la radicalida­d de Anonymous. No es una serie fácil: los personajes son infelices, oscuros, inestables y parecen aspirar al diván de psicólogo, a la cárcel o a la clínica de rehabilita­ción. Las tramas comparten un tono apocalípti­co que subraya ideas muy oportunas sobre nuestro presente: los abusos de un poder que está por encima de las voluntades democrátic­as y que interfiere, hasta desactivar­las, en la credibilid­ad de los gobiernos. Y los personajes aprovechan la inercia del argumento para soltar consignas, como que el control es una ilusión o que, en el capitalism­o de las apariencia­s controlado por una tecnología totalitari­a, el engaño no funciona si no hay confianza. Pero cuando la realidad explota con la brutalidad de la matanza de Niza, las especulaci­ones y los diagnóstic­os de la ficción recuperan su humilde condición de simples presagios.

El terror fascista con coartada religiosa ataca arbitraria­mente y erosiona nuestra capacidad de reacción

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