El Bósforo como bálsamo

Orhan Pamuk ha escrito que el Bósforo era para él lo más parecido a un bálsamo: “Frente a la derrota, al desplome, a la opresión, a la amargura y a la pobreza que pudren por dentro la ciudad, el Bósforo está unido en lo más profundo de mi mente a sensaciones de unión a la vida, de entusiasmo por vivir y de felicidad. El espíritu y la fuerza de Estambul le vienen del Bósforo”. Mientras anteanoche veíamos por televisión las imágenes de los militares rebeldes cortando el acceso a los puentes sobre su incomparable estrecho, nos agarrábamos al Bósforo como punto de unión de culturas y de civilizaciones. Somos de alguna manera hijos de Bizancio y de aquella Constantinopla que erigió Santa Sofía, construida como iglesia cristiana y convertida en mezquita por los otomanos. Debajo de su cúpula, cualquier ciudadano de la Europa del sur puede entender la importancia estratégica y espiritual de Estambul.

Lo que ocurrió en la medianoche del viernes al sábado es que una facción del ejército se rebeló contra su presidente Recep Tayyip Erdogan. Este ganó las elecciones y ha inclinado el país hacia el autoritarismo, pero también hacia el islamismo, cuando el ejército era el garante del laicismo en Turquía desde que Mustafa Kemal Atatürk, el padre del Estado turco moderno, tomó el poder en 1920. Erdogan ha llevado a cabo purgas entre los militares, mientras dejaba campar el Estado Islámico a las puertas de sus fronteras para que combatiera a los kurdos. El presidente turco es un político hábil que está dispuesto a ser el portero de noche de la inmigración de Siria, Afganistán e Iraq a cambio de acercarse a la UE y eliminar los visados. El comunicado de Federica Mogherini durante el golpe de Estado no pudo ser menos concreto.Erdogan ha ganado la batalla. Hasta Putin y Obama parecen más tranquilos con su victoria. Pero hay dudas razonables de que el mundo vaya a ser mejor. Aunque siempre nos quedará el Bósforo como bálsamo.