Enemigos bien avenidos
Rusia y Turquía rehacen relaciones, rotas tras el derribo de un caza ruso
De los casi tres mil militares golpistas detenidos en Turquía, la sombra de uno de ellos manchó ayer los titulares de la prensa rusa. Se trata de un piloto de cazas F-16, que el pasado noviembre derribó un cazabombardero ruso Su-24 en la frontera con Siria. El alcalde de Ankara, Melih Gökçek, le situaba ayer en el grupo de los sublevados.
La acción del aviador turco provocó la mayor crisis entre la Rusia y la Turquía modernas, dos países que mantenían unas calurosas relaciones desde el fin de la URSS. Además de un fluido comercio bilateral, Moscú era el principal proveedor de energía de Anatolia, y las playas turcas se convirtieron en el destino preferido de los turistas rusos.
Todo parecía ideal para dos países en teoría enfrentados por motivos geoestratégicos, ya que Turquía forma parte de la OTAN desde 1952.
La excelente alianza entre Moscú y Ankara se colapsó de repente. Tras el derribo del avión ruso, que participaba en la operación militar en Siria y supuestamente invadió el espacio aéreo turco, Vladímir Putin habló de “puñalada por la espalda”. Él y Erdogan, que dos años antes apadrinaban proyectos energéticos como gasoductos o centrales nucleares, se acusaban de apoyar a terroristas. Un análisis de medios mostró que en Moscú se retrataba a la Turquía de Erdogan peor que a Ucrania, Estados Unidos o incluso el Estado Islámico.
La situación se hizo tan tensa que desde que Erdogan terminase disculpándose el mes pasado, los contactos se han reanudado poco a poco. Según una reciente encuesta, el 60 % de los rusos sería partidario de mantener la presión.
Putin y Erdogan han apostado por el pragmatismo. El líder turco hizo lo que pedía Moscú: un mensaje que se interpretó como disculpa y una oferta de compensación para la familia del piloto ruso muerto.
El paso atrás de Erdogan supone un reconocimiento de que Rusia ha tenido éxito en Siria, un episodio que salvando las distancias permite aspirar al papel de potencia que tuvo la URSS. Sería “una nueva bipolaridad y política de disuasión mutua (con EE.UU.) sin la confrontación ideológica de la guerra fría”, ha escrito el analista Vladímir Frólov.
El Kremlin se está mostrado generoso, además, porque vuelve a ganar al aliado turco y todo indica que va a perder un importante enemigo en el conflicto de Siria. Y es que Erdogan intenta ahora hacer amigos: quiere recuperar la relación con Israel, y esta misma semana su primer ministro, Binali Yildirim, sorprendió a todos al mostrar su intención de entenderse con Bashar el Asad.
Además, según el politólogo Fiódor Lukiánov, la situación causaba desasosiego en la elite de la política exterior rusa “porque Turquía es un país con mucho poder que podría dañar los intereses rusos en casi cualquier lugar”. Parece lógico que las relaciones se vayan recolocando. Los ministros de Exteriores, Serguéi Lavrov y Mevlut Cavusoglu, se reunieron el primero de julio en Sochi, y esta semana varias delegaciones turcas han visitado Moscú para volver a impulsar sectores como el turismo o el comercio.
El paso atrás de Erdogan subraya el éxito en Siria de Rusia, deseosa de recuperar influencia global