Túneles y cultura
Recordaba Llàtzer Moix en su artículo “Esa cosa bonita” publicado en La Vanguardia el domingo pasado (10/VII/2016) las palabras del alcalde de Londres, Sadiq Khan, sobre su concepto de cultura, pronunciadas el pasado junio en la inauguración del nuevo edificio de la Tate Gallery, una torre de diez pisos proyectada como una pirámide truncada, obra del estudio suizo de arquitectos Herzog & de Meuron, que ampliará la propuesta museística de Londres y ofrecerá un mayor espacio a mujeres artistas.
El laborista Khan señalaba que para él “la cultura no se reduce a esa cosa bonita que nos gusta tener o practicar” para puntualizar a continuación: “La cultura va a tener un papel central durante mi mandato, junto a la promoción de la vivienda social, el cuidado del medio ambiente y la mejora del transporte”. Y concluía con una promesa de integración de la cultura en los planes municipales puesto que “la cultura nos hace mejores personas”.
Llàtzer Moix comparaba los propósitos del alcalde Khan –por cierto, el primer musulmán en toda la historia del Ayuntamiento londinense– con la propuesta del Ayuntamiento de Barcelona –donde también por primera vez es alcaldesa una mujer– de destinar a infraestructuras el presupuesto que cada año cede la Diputación al Consistorio, reservado tradicionalmente para cultura. Así, los 28 millones de euros recibidos irán a parar a las obras del túnel de la plaza de las Glòries.
Como a Moix, no me cabe la menor duda de la necesidad de acabar con las molestas obras de la zona de Glòries pero me pregunto si no se podía contar con otros fondos. Tal vez las autoridades municipales consideran que aquí, en Barcelona, andamos sobrados de bienes y equipamientos culturales, no como en Londres, y somos todos tan cultos que podemos permitirnos el lujo de ceder el presupuesto para construir túneles en vez, por ejemplo, de mejorar bibliotecas y museos. Me temo, no obstante, que las cosas no van por ahí, que lo que ocurre es que la cultura no interesa a ninguno o a casi ninguno de nuestros políticos, pues muchos muestran en este sentido un encefalograma plano. En contadísimas ocasiones acuden a un concierto o al teatro y cuando se les pregunta por el último libro leído se quedan en blanco. Su excusa es que las responsabilidades no les permiten el tiempo de ocio que requieren los hábitos culturales. En realidad lo que demuestran con su actitud es proporcional a lo que suele representar la cultura en los programas de los partidos. De igual modo, en la última campaña electoral, igual que en la penúltima, fueron nulas o casi nulas las referencias a las cuestiones culturales, pese a que el sector cultural aporta el 3,4% del PIB y genera un 2,8% del empleo total, según datos del Ministerio de Cultura. ¿Por qué razón la cultura no interesa a nuestros políticos? En primer lugar, porque, en general, sus destrezas culturales son ínfimas y, en segundo lugar, con mayor motivo, porque la cultura no proporciona votos.
El acceso a la cultura no es una prioridad para los ciudadanos, como lo fue en otro tiempo. Basta pensar en el empeño que tuvo la República por la cultura o en el interés que despertaba, desde finales del siglo XIX hasta la segunda mitad del XX, entre la clase obrera y la izquierda poder tener acceso a ella, con la convicción de que la cultura les haría más libres, mejores y les daría una más amplia visión del mundo. Esas mismas creencias tenían los intelectuales que no comulgaban con el régimen durante el franquismo, envidiosos de la cultura europea normalizada. Igual que muchos de nosotros, por entonces jóvenes universitarios, que íbamos a Francia a ver cine, montábamos fórums de arte y ensayo y nos pasábamos, ávidos de lecturas, los libros, además de asistir a las conferencias, aunque no tuvieran nada que ver con nuestras carreras. Algo que ahora no ocurre ni por asomo. Los actos culturales suelen estar poco concurridos, en especial por gente joven. A las presentaciones de libros acuden sólo los amigos del autor, por compromiso, naturalmente. Los estudiantes sienten alergia por las conferencias, incluso las organizadas en las aulas universitarias sobre temas que conciernen a sus estudios.
No cabe duda de que los hábitos culturales han cambiado de manera radical. Además se asegura que internet ofrece cuanta información se requiere y que la virtualidad ha sustituido la presencia y por todo ello, especialmente los jóvenes, se muestran poco interesados en la oferta cultural, que consideran que es algo pretérito además de aburrido. Hace mucho que el lema somos lo que sabemos ha dejado de tener vigencia. Estamos pues ante el reto de contribuir a demostrar que la cultura no tiene porqué ser obsoleta ni aburrida. Por el contrario, una sociedad culturalmente pobre es directamente proporcional a una sociedad sin capacidad crítica. Lo que implica una sociedad mucho más manipulable por los demagogos y los populistas. Precisamente en este contexto se entienden mejor las opciones del alcalde de Londres y las de la alcaldesa de Barcelona con respecto a la cultura.
En la última campaña electoral fueron nulas o casi nulas las referencias a las cuestiones culturales