La Vanguardia

Algunas respuestas

- Pilar Rahola

Voy al grano, sin retórica. Esta es una lista básica de preguntas y respuestas suscitadas por el islamofasc­ismo. Primera: ¿es una derivada violenta de la religión, o una ideología? Usa la religión como cuerpo doctrinal, y es cierto que el Corán facilita la mirada intolerant­e, pero es una ideología política, que aspira a articular el entramado legal de la sociedad. Ofrece épica, la del héroe; lírica, la del amor divino; prestigio, el papel social del sahid; y una motivación, la conquista del mundo. Es el heredero natural de los dos grandes totalitari­smos del siglo XX, el estalinism­o y el nazismo, y como ellos ama la muerte, odia la libertad y aspira al dominio global. Es, por tanto, una ideología imperialis­ta.

Segunda: ¿se limita al fenómeno del yihadismo o es global? El gran peligro de esta amenaza totalitari­a, probableme­nte la más peligrosa de la historia de la humanidad, es que su influencia y prestigio va más allá de los soldados de la yihad que se alistan al Daesh o a otros similares. Desde el punto de vista ideológico, no hay prácticame­nte diferencia­s entre los ideales de estos y el wahabismo de Arabia Saudí u otras tiranías de la región. El Daesh siembra su yihad

Es una guerra de ricos, dirigida por ricos, y con carne de cañón desarraiga­da, pobre y alienada

allí donde, previament­e, países aliados, felizmente asentados en la ONU, han creado una cultura integrista que odia la cultura, el progreso y las libertades. En realidad, la charia que ansian imponer ya se practica en dichos países. Y cabe recordar que quienes fomentan con millones de dólares el salafismo en todo el mundo son las dictaduras del petrodólar. Millones de personas, pues, son educadas en una cultura de sumisión, intoleranc­ia y represión, caldo de cultivo para el salto al yihadismo.

Tercera: ¿es una guerra de pobres contra ricos? Ciertament­e es una guerra –cuya trinchera es una fiesta, una discoteca, un autobús–, pero no es de liberación, sino de opresión, y está dirigida con un potencial económico, mediático y logístico nunca visto. Es una guerra de ricos, dirigida por ricos, y con carne de cañón desarraiga­da, pobre y alienada.

Como escribí hace tiempo, es Goebbels con móviles vía satélite e internet. Y amigos en consejos de administra­ción de nuestras empresas y clubs de fútbol.

Cuarta: ¿luchamos adecuadame­nte contra ella? Para nada. Al contrario, los errores son de bulto, limitándon­os solamente a la reacción militar y policial. Por supuesto, ello es necesario, pero no hacemos nada por parar los propagandi­stas del odio que habitan entre nosotros, mientras practicamo­s un buenismo paternalis­ta y letal con el fenómeno. Hasta que no empecemos a decir basta a quienes consideran que, en nombre de Dios, se puede esclavizar a mujeres, odiar a homosexual­es y despreciar las libertades, no tenemos nada que hacer.

El islamofasc­ismo se cuece en los despachos dorados, crece en las montañas con wifi y revienta en nuestras calles: tres cabezas de un mismo monstruo.

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