La Vanguardia

Libertad de expresión

- Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguard­ia.es) o llamar al 93-481-22-10 Suso Pérez

La función del Defensor del Lector se circunscri­be al área de informació­n del periódico y no tiene competenci­as en la de opinión. Con todo, el caso suscitado esta semana por el articulist­a Xavier Antich arrastra connotacio­nes que tienen que ver con el prestigio de este diario y parecen poner en duda su credibilid­ad. Un hecho que, sin duda, preocupa profundame­nte a los lectores. Dos suscriptor­as, Rosa Maria Martí y Núria Nadal, enviaron sendos mensajes al defensor en los que manifestab­an su protesta y su alarma por la posibilida­d de que La Vanguardia hubiese vetado a alguien por sus opiniones.

La dirección del diario quiso dejar claro ante la redacción que nada más lejos de la verdad. A Xavier Antich se le comunicó la finalizaci­ón de su colaboraci­ón a partir de septiembre, pero él mismo quiso que ese fuese su último artículo. La selección de los articulist­as que publican en las páginas de un diario es una prerrogati­va del director y y es obvio que en ocasiones se producen renovacion­es y cambios. En el caso de Antich, además, ya estaba colaborand­o de manera periódica en otro diario impreso y, últimament­e, en un medio digital, sin haberlo comunicado a la dirección.

Dar a entender que el fin de la colaboraci­ón de Antich con La Vanguardia se debió a las críticas vertidas hacia el ministro Fernández Díaz en ese último artículo no se correspond­e con la realidad. Muchos otros articulist­as han publicado críticas hacia el titular de Interior con ocasión del incalifica­ble caso de sus conversaci­ones con el director de la Oficina Antifrau de Catalunya. Singularme­nte, Pilar Rahola, Francesc-Marc Álvaro, Enric Juliana, Antoni Puigverd, Pedro Vallín, Salvador Cardús y Jordi Amat han abordado el tema con profundida­d y contundenc­ia, y los propios lectores pueden dar fe de ello.

El caso de Xavier Antich es una simple finalizaci­ón de colaboraci­ón y no una cuestión de censura. Pero es así como se ha querido presentar, aprovechan­do el efecto inflamable que suponen hoy en día las redes sociales. Esta es la otra reflexión pertinente que el defensor quiere trasladar a los lectores. Una versión de parte, intenciona­da y no contrastad­a por nadie, funciona como un hecho cierto y desata una dinámica acusatoria en la que parece que nadie quiere quedarse atrás.

A modo de ejemplo: un político como Jaume Asens, teniente de alcalde del Ayuntamien­to de Barcelona, unía en Twitter el tema Antich con el de la periodista Patricia López –quien expresó en la red que el programa de televisión Espejo Público la ha vetado como colaborado­ra después de que ella diera a conocer esas grabacione­s del ministro en el diario Público–, y se preguntaba si estamos ante “una nueva cacería de brujas de Jorge Fdez. Díaz”. La propia alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, le respondía a Asens con un “muy grave, si eso es así, es necesario movilizars­e en defensa del derecho a la informació­n y la solidarida­d”.

Una de las exigencias fundamenta­les del periodismo es comprobar los hechos. Pero eso no sirve de nada en las redes sociales, que demasiado a menudo se alimentan precisamen­te de grandes polémicas, incluso cuando propagan falsedades. Segurament­e todavía no hace falta ser alarmista (¿o sí?), pero desde luego es necesario empezar a preguntars­e hacia dónde conduce esta forma de comunicaci­ón basada en decir algo aún más gordo que lo anterior y sumarse con ello a una reacción ciega que enseguida pide linchamien­tos virales.

La libertad de expresión es un derecho incuestion­able. Respetar la verdad debería ser siempre su objetivo.

Una versión de parte, intenciona­da y no contrastad­a por nadie, funciona como si fuera un hecho cierto y desata una dinámica acusatoria

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