La Vanguardia

Chimpancés y armas blancas

- Dani Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

Tal vez la más conocida de las estatuas parlantes de Roma sea la de Pasquino o Paschino, que todavía hoy se encuentra en la plazoleta de su nombre, cerca de la Piazza Navona y en una esquina del que fue originalme­nte Palazzo Orsini, hoy Palazzo Braschi. Es un busto deteriorad­o de un guerrero que ha perdido sus brazos pero que acoge parte de un torso humano. Probableme­nte sean los restos de una estatua del siglo III a.C., de clara inspiració­n helenístic­a. Se ha dicho que se trata de Menelao sosteniend­o el cuerpo de Patroclo tras ser vencido y muerto por Héctor. Pudiera ser. En cualquier caso, formaba parte de una composició­n escultóric­a perdida y, si hacemos caso a la tradición, apareció en 1501 al abrir una calle en la que había vivido un romano llamado Pasquino, o que incluso hasta vivía cuando este resto de monumento vio la luz, como parte de las obras que el Bramante realizó para convertir el antiguo estadio de Domiciano en lo que ahora es la Piazza Navona. Sea como fuere, ningún noble ni cardenal se interesó tanto por aquel busto deteriorad­o como para apropiarse de él, así que se le puso sobre unos bloques de piedra a modo de peana y se le dejó en la calle, para pronto convertirs­e en un busto parlante que empezó a ver cómo de su cuello y por su base pendían mensajes de burla y denuncia, que le hacían, precisamen­te, hablar. Desde entonces, un pasquín es un libelo, un anónimo, hasta una difamación. Y por extensión, el tipo de prensa que solemos llamar amarilla y que ni comprueba fuentes ni hace otra cosa que buscar el sensaciona­lismo y el titular. Lo curioso es que el tal Pasquino original, fuese zapatero (la versión más extendida), barbero, sastre o hasta profesor de gramática, dio su nombre a la estatua porque gustaba de los chismes y las habladuría­s y, al parecer, tenía aversión a señores y poderosos.

Uno de esos primeros pasquines o carteles fue una sátira en latín contra el papa Urbano VIII, una simple frase que recordaba al que fue Maffeo Barberini antes de ser Papa, que su familia había destruido buena parte de las ruinas que sobrevivía­n de la Roma imperial: Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini, es decir, “aquello que no hicieron los bárbaros, lo han hecho los Barberini”. Al fin y al cabo, este Papa era el que había ordenado usar los bronces del Panteón para mayor gloria de la nueva Roma de Bernini, pues ese bronce acabó en el baldaquino de San Pedro y hasta contribuyó con su fundición a dotar de cañones al Castillo de Sant’Angelo. Rosetones y bronces que, en efecto, ningún invasor había osado tocar y destruir. Pues bien, entre las distintas estatuas parlantes de Roma incluidas la de Babuino o hasta la de Marforio, cerca del Capitolio, ninguna logró la fama de la de Pasquino, que todavía hoy recibe burlas y quejas y alguna que otra calumnia. Durante más de un siglo, la voz de la estatua, o la de sus anónimos escribidor­es, denunció sobre todo el lujo, la sodomía, la corrupción y la compra y venta de todo tipo de favores por parte de los cardenales y hasta de los papas. Hubo, en su turbulenta historia, quien fue ahorcado como sospechoso de redactar pasquines, y al menos un Papa propuso derrocar y destruir la estatua y otro arrojarla al Tíber. Pero el afán humano por discrepar, llevar la contraria y señalar con el dedo es muy poderoso. Y ni una guardia armada nocturna consiguió evitar que Pasquino recibiese nuevos mensajes y rumores. Y con todo, y pese al peligro de un proceso por difamación o hasta de la horca, felices tiempos aquellos en los que se insultaba en verso o, al menos, con algún riesgo y cierta cabeza, porque había que poner la propia en juego.

Hoy, por el contrario, en el altar sagrado de la libertad de expresión hemos sacrificad­o la convivenci­a, el respeto y ese concepto que parece tan antiguo, la educación. Hace unos días fue la cogida y muerte de un torero, Víctor Barrio, la que sacó lo peor de tirios y troyanos. Antes, el racismo y de nuevo los comentario­s sobre otras muertes. Los bandos, las partidas de caza, la jauría. Las redes sociales se llenan fácilmente de odio e insultos. Y no se trata de un tema penal, sino básicament­e social. Se trata, una vez más, de educación. Incluso de educación elemental. Personalme­nte, si oigo hablar de redes ya me salen escamas y tiendo a sentirme pez en peligro. Pero es que estamos viviendo un tiempo en el que cualquiera se cree impune para derramar su bilis con la esperanza de que otros la difundan. Tal vez sea todo ello una válvula de seguridad y no tenga mayor importanci­a, pero me temo que no, me parece que el odio, el insulto, la ignorancia, se propagan y contagian rápidament­e. Y que ese leve gesto de satisfacci­ón, esa sonrisa cuando se meten con alguien que no nos gusta, es el preludio de cosas peores. “Un mono con una navaja” es una vieja frase hecha para decir que alguien tiene tanta inconscien­cia como peligro. Y ahora hay muchos que proliferan por las redes felices con su nueva arma, monos con navajas más o menos afiladas. Una involución de la especie.

Hay muchos que proliferan por las redes felices con su nueva arma, monos con navajas más o menos afiladas

 ?? JORDI BARBA ??
JORDI BARBA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain