La Vanguardia

Esta no es mi guerra

- Llucia Ramis

Se cumplen ochenta años de la Guerra Civil. Se han publicado tantas novelas, se han hecho tantas películas, que es fácil confundirl­a con la ficción. En este caso la historia no la han escrito los ganadores, pero eso da igual en un país que lee poco. Mis abuelos apenas hablaban de ella y, si lo hacían, lo que relataban parecía un cuento. Como la vez que a él lo llamaron a filas y, hasta que no llegó a la plaza de Cort, en Palma, no supo qué bando lo reclutaba. O la vez que los republican­os iban a desembarca­r en Portocolom, al sudeste de Mallorca. Por la noche, los pocos que tenían coche se dirigieron a la costa con los faros encendidos; luego daban la vuelta con las luces apagadas, que volvían a encender de camino a la playa, en un circuito incesante. Así, desde el mar, parecería que eran muchos. De madrugada, los republican­os acabaron desembarca­ndo cerca de Porto Cristo. Fue una carnicería.

Porque las guerras son lo que no nos cuentan ni nuestros abuelos ni los informativ­os. Son lo que no queremos que nos cuenten, y no podemos ni imaginar. Las atrocidade­s que Mónica G. Prieto y Javier Espinosa detallan en Siria, el país de las almas rotas (Debate)

Seguimos sin aprender la principal lección del conflicto: lo valiosa que es la paz

sobrecogen al evidenciar la simpleza con la que se activan dos condicione­s miserables del ser humano: la crueldad y la indiferenc­ia. El horror, el dolor, el desgaste, la desesperac­ión, provocan que hasta el más íntegro sea capaz de destrozar a otro. Y aunque se atribuya a motivos abstractos como la ideología o la religión –en definitiva el mito–, lo cierto es que los intereses son muy distintos, de quienes utilizan ese mito como argumento, sin creer realmente en él.

En una guerra, las mentes se simplifica­n, no hay tiempo para cuestionar nada, concéntrat­e y dispara. Estás obligado a posicionar­te; si no lo haces, lo harán por ti. Si vas ganando, más gente se incorporar­á a tus tropas porque nadie quiere ser un perdedor ni perderse la gesta. En teoría, todos quieren formar parte de la historia para contarla. En la práctica, cuando vives una efeméride bélica, no vuelves a hablar de ella, para intentar olvidarla. Por distancia temporal o geográfica –es decir, emocional–, ni las de Oriente Próximo ni las mundiales ni la Civil, no digamos ya las africanas, son nuestras guerras. Pero ¿acaso existen nuestras propias guerras? ¿No somos siempre víctimas de la guerra de los demás?

Las de nuestros abuelos y las que nos rodean explican el miedo y recelo de unos, el hartazgo de otros. Todos pueden tener razón, si atienden a razones distintas. Lo preocupant­e es la inconscien­cia con la que la defienden. La frivolidad de utilizar los medios como armas, las denuncias como pataleta, la Eurocopa como campo de batalla, el control de la expresión, el juicio y prejuicio gratuitos demuestran que seguimos sin aprender la principal lección del conflicto: lo valiosa que es la paz.

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