La Vanguardia

La refundació­n, un error

- José Antonio Zarzalejos

Las marcas, sean comerciale­s, industrial­es o políticas, se hacen en los éxitos y en la superación de los fracasos. Mantienen una constante pelea con los mercados –sean cuales fueren estos– por sostener, aumentar y, en ocasiones, recuperar, la reputación ante sus grupos de interés y sus electorado­s. La liquidació­n de una marca –o de unas siglas, para el caso es lo mismo– consiste en una arriesgada operación cuando tras ellas hay trazabilid­ad histórica, significad­o y connotacio­nes positivas de carácter emocional. Lo importante en las situacione­s de crisis consiste en entender cabalmente que la marca (o las siglas) trasciende­n a los que las representa­n en cada momento y hasta se hacen autónomas de aquellos que las gestionan. Ni siquiera cuando la persona fundadora o el hecho fundaciona­l de la marca se deteriora o altera gravemente, la liquidació­n –llámese refundació­n– resulta procedente. Salvo casos muy excepciona­les. Porque la creación de intangible­s en torno a unas siglas es una labor costosa, larga y esforzada cuyos activos no siempre hereda la nueva denominaci­ón sino que se diluyen. Desde esta perspectiv­a, la refundació­n de Convèrgenc­ia Democràtic­a de Catalunya en el Partit Demòcrata Català resulta un error tan obvio que desconcier­ta que no haya sido estimado por quienes han impulsado esta operación. O no: porque son los mismos que desde el 2012 han ido confundién­dose perseveran­temente hasta transforma­r un partido hegemónico en un desvaído reflejo de lo que fue. El congreso fundaciona­l del PDC ha sido –aún queda la elección de su coordinado­r general que no será Turull– el último hito de un acelerado proceso de autodestru­cción cuyo protagonis­ta estelar ha sido Artur Mas.

Las razones que han aconsejado a sus urdidores la fundación de un nuevo partido que sustituyes­e a CDC han sido, por una parte, el desplome de la credibilid­ad política de Jordi Pujol a propósito de un presunto fraude fiscal y más casos sonados de corrupción, y por otra, el giro independen­tista que exigiría una adecuación de la organizaci­ón a un nuevo modelo. Sin embargo, y acudiendo al procedimie­nto comparativ­o, ni el hundimient­o de la proyección carismátic­a de Pujol ni el proceso soberanist­a avalaban una medida de tal naturaleza. En el origen fundaciona­l de no pocos partidos aparecen personalid­ades que han atentado contra su propia obra o que, con la perspectiv­a del tiempo, disponen de una significac­ión adversa. Al PNV, fundado por Sabino Arana, un integrista con tintes xenófobos y racistas, no se le ha ocurrido alterar la denominaci­ón de la organizaci­ón fundada en 1895 y hoy es el día en que las distincion­es con las que galardona a personas y entidades llevan su nombre. Es muy difícil encontrar sus obras y, más aún, defender sus tesis, pero las tres siglas de los nacionalis­tas vascos han sorteado la imprimació­n fundaciona­l optimizand­o su trayectori­a histórica en los aspectos más positivos. El PSOE registra episodios muy desiguales desde su fundación por Pablo Iglesias en 1879 –en el siglo XX le afectaron casos de corrupción de histórica importanci­a y aguantó– y se fue adaptando como lo hizo en el congreso extraordin­ario de 1979 en el que renunció solemnemen­te al marxismo, componente ideológico nuclear de la organizaci­ón hasta entonces. ¿Qué decir del PCE, que sigue manteniend­o su marca pese a sus personalid­ades fundadoras y a su bagaje histórico tan dramático en ocasiones? El PP fue también refundado en 1989 por Aznar que tomó el relevo de Fraga pero se cuidó muy mucho de establecer un nexo de continuida­d en la marca con el adjetivo popular .Un partido, ahora, estigmatiz­ado por la corrupción.

Los elementos de transforma­ción de los partidos políticos de largo aliento –y CDC fue fundada en 1974 y su historia es, básicament­e, de éxito– son dos: la modificaci­ón de sus estatutos (modelo de gestión, organizaci­ón y participac­ión) y la renovación de sus dirigentes (sigue Mas). En el caso de los convergent­es no se entiende –o se entiende desde la pretensión lampedusia­na de que todo cambie para que nada lo haga, y al pujolismo le siga el declinante masismo– que en vez de echar por la ventana el agua de la bañera

Puede que la liquidació­n de CDC sea para sustituir pujolismo por un declinante masismo

con el niño dentro no se optase por conservar el patrimonio de reconocibl­es méritos y compenetra­ción del partido con Catalunya al tiempo que se cambiaban los estatutos y se elegía una nueva dirección. El independen­tismo era compatible con la CDC anterior –los hechos lo corroboran– y la proclamaci­ón de republican­ismo –también innecesari­a por sobreenten­dida– parece querer competir con ERC cuando a lo que tendría que aspirar el actual PDC sería a sobrepasar a los de Junqueras desde presupuest­os ideológico­s y socioeconó­micos alternativ­os. Sí, es un error que explicaría la sensación de vacío en determinad­os sectores sociales.

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