“Puedo ser musulmana, moderna y feliz”
En la comisaría en la que Ramia (Barcelona, 14/ XII/1992) renovó su DNI había un cartel que indicaba, mediante imágenes, los velos inapropiados para la foto de carnet. “Nada más verte te lo señalan como diciendo: ‘como no sabes hablar español, y quizás ni leer, te enseño la foto y ahorramos tiempo’”. Son muchos los prejuicios que dice percibir en los ojos de quien la mira: pobreza, analfabetismo, guerra, mujer oprimida, sin estudios... Y, sin embargo, Ramia, nacida y educada en Catalunya, es licenciada en Administración y Dirección de Empresas por la UB. Las miradas de los demás no le arredran.
Los mayores obstáculos empezaron, no en la escuela donde era bastante popular, sino en el mundo laboral. “Solicité entrar en una gran auditoría que se jactaba de ser muy internacional pero de eso nada; a mí me dijeron que me aceptaban si me quitaba el velo”. Para las mujeres veladas es difícil encontrar trabajo y muchas hacen desaparecer su hiyab del currículum. “Siempre te queda la duda de cuánto influye tu vestimenta cuando te rechazan”. Logró unas prácticas en un laboratorio catalán. “Les dije: ‘me encanta este trabajo, no se van arrepentir si me cogen, pero tengo un compromiso con el velo’”. Debía ser la primera mujer tocada en las oficinas. “Los empleados me miraban extrañados, como preguntándose cómo es que yo no era la mujer de la limpieza’”.
Ahora trabaja en una agencia de viajes islámicos y publica vídeos sobre su vida (ramiaschannel). “Quiero mostrar que se puede ser una joven feliz siendo musulmana”. Le siguen 5.000 personas. “Las adolescentes ven que no es necesario renunciar a la religión para estudiar y divertirse. Y, para los ajenos al islam, mis vídeos son también una ventana a un mundo desconocido”. No es una youtuber de moda (“somos unas fashion victims”) pero ha publicado su particular myhijabstory (vídeos en los que se explican las razones para ponerse el pañuelo). Se cubrió el cabello a los 14, al mismo tiempo que una amiga, por “modestia a Alá”.
Ramia se casó a los 18 años. No por obligación sino por distancia: él, 5 años mayor, estaba en Marruecos. “Si no me casaba me lo quitaban de las manos”, bromea. Sus padres tenían otro futuro para ella y le dieron largas. Finalmente confirmaron el khutuba (compromiso) después de saber que, pese a la alianza, su hija iría a la universidad. “Mis amigas del instituto me decían ‘¡qué fuerte pero qué guay!’”. No tienen hijos aún a la espera de un buen empleo. Su marido, que trabaja en el mundo de la hostelería, le anima a que curse un máster. No siempre hacen vida social juntos. “Estar casada no me impide salir a cenar con mis amigos, sin el brazo de mi marido”. En su entorno musulmán eso no siempre se entiende. Dice encontrarse en una intersección entre dos comunidades, la barcelonesa y la islámica, con la incomodidad de sentirse cuestionada, en ocasiones, por ambas. “No importa –cree– somos muchos los jóvenes entusiastas que queremos mover esta sociedad”.
“Estar casada no me impide salir a cenar con mis amigos, sin el brazo de mi marido”