Más alma para Europa
Los caminos que han conducido al referéndum británico del Brexit fueron tortuosos, preñados de populismo nacionalista, xenofobia rampante, políticos irresponsables y prensa amarilla, pero también de impacto real de la crisis económica sobre una cierta clase media, inglesa y galesa sobre todo, que percibe a Bruselas como culpable de todos sus males. Muchos europeístas aún estamos de duelo, pero no ha lugar llorar sobre leche derramada. Una mayoría de británicos (52%) ha elegido trazar una frontera en el canal de la Mancha, y a los británicos contrarios a levantar muros allí donde no los había (48%) sólo les queda resignarse.
También la Unión Europea (UE) tendrá que afrontar esa ruptura a su unidad, mientras a las tensiones internas previas a la consulta británica –como la gestión de los refugiados, o la crisis de la eurozona y de la deuda griega– se suma ahora el riesgo de contagio de referéndums en otros países, sobre todo en el Este. El papa Francisco, que en esos días de junio estaba de viaje en Armenia, dijo en el vuelo de regreso a Roma que la UE precisa “fecundidad y creatividad”, y proclamó que “la unidad es siempre superior al conflicto”. Incluso mencionó a Catalunya y a Escocia: “Estas divisiones no digo que sean peligrosas, pero digo que debemos estudiarlas bien y, antes de dar un paso adelante para una división, hablar bien entre nosotros y buscar soluciones viables”.
Europa siempre ha sido una espina clavada en el corazón de los últimos papas. Por sentirla próxima, porque se volvía cada vez más esquiva, y porque la Iglesia católica romana era –y aún lo es, aunque menos– demasiado eurocéntrica. Tuvo que llegar un pontífice de América para ubicar Europa en su justa importancia relativa actual para la cristiandad.
Europa, por supuesto, es mucho más que la UE, que a fin de cuentas es un club de 28 países (se habla ya de 27, aunque el Brexit aún no se haya ejecutado), no siempre bien avenidos. Pero la bandera azul de las estrellas forma parte de nuestro paisaje emocional, también para el Vaticano, que antes del referéndum alertó de que un Brexit debilitaría a Europa.
Para los predecesores inmediatos de Francisco en el papado, dos europeos, el auge de la secularización en el Viejo Continente y las maneras laicistas de sus instituciones comunitarias fueron motivo de pesar. Y también de innumerables discusiones que ahora, con la pátina del tiempo, se nos antojan bizantinas.
El polaco Juan Pablo II visitó el Parlamento Europeo de Estrasburgo en 1988, un año antes de la caída del muro de Berlín, aunque nadie entonces podía preverlo. Karol Wojtyla buscaba librar a Polonia y al resto de la Europa del Este del yugo soviético. La Europa comunitaria irradiaba libertad. En su discurso, Juan Pablo II auguró “un destino de unidad y solidaridad a la medida del continente”.
Con los años llegarían los disgustos. Juan Pablo II vio su ancianidad afligida por la negativa de la UE a citar “las raíces cristianas de Europa” en el preámbulo de la Constitución europea. Fue aquel un texto de trabajosa génesis, que llegó a firmarse con pompa en Roma en el 2004, que Francia tumbó al año siguiente en referéndum (sí, ha habido otros, aunque no tan concluyentes como el del Brexit), y que acabó en el almacén de la historia.
Entre el 2002 y el 2003, cuando el expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing supervisaba el borrador de Constitución, la Santa Sede bregó para que se citaran “las raíces cristianas”, una pugna que a los católicos de África, América, Asia y Oceanía les tenía sin cuidado. No lo logró, lo cual se interpretó como pérdida de influencia de la Iglesia católica en Europa. Visto el triste destino del texto y la desconexión del empeño vaticano con el grueso de católicos del mundo, cabe preguntarse el porqué de aquella guerra cultural.
En la disputa intelectual participó el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que además cuestionó la candidatura de Turquía a ingresar en el club europeo. Ya Papa, viajó a ese país en el 2006. Acicateado por su desafortunada cita sobre Mahoma en Ratisbona, el alemán Benedicto XVI se avino a dar al líder turco Recep Tayyip Erdogan lo que este quería: el fin de las objeciones. Ahora, el autoritario Erdogan tiene otras urgencias represoras, sobre todo tras el intento de golpe de Estado militar del viernes. Asalta una vez más la duda de si era necesario para la Iglesia transitar por el jardín turco en aquellos términos.
En su discurso de 2014 en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francisco el argentino rogó a la UE menos economía y más humanidad. “Les exhorto a trabajar para que Europa redescubra su alma buena”, dijo a los eurodiputados. Los asuntos europeos que absorbieron a los papas europeos anteriores suenan ahora remotos y abstrusos. El terrorismo y el Brexit , en cambio, son cosa real.
El ‘Brexit’ duele a la Santa Sede porque debilita a la UE, y por ende a Europa, que ha sido siempre una espina clavada en el corazón de los últimos papas