La Vanguardia

Las técnicas forenses impulsan la nueva ficción

El bioquímico J.M.Mulet muestra las estrechas conexiones entre la investigac­ión criminal y la creación de ficciones

- XAVI AYÉN Barcelona

Ahora que proliferan las series de televisión sobre policías, puede parecer que la conexión entre ciencia forense y ficción es una cosa reciente, pero nada más lejos de la realidad porque, según se puede leer en el ensayo La ciencia en la sombra (Pòrtic/Destino), del bioquímico valenciano J.M. Mulet (Dénia, 1973), ya los pioneros de la disciplina se inspiraron en sus lecturas de Sherlock Holmes... y no al revés.

Mulet ha hecho un libro a caballo entre el ensayo cultural y la divulgació­n científica. No tiene ningún tipo de duda a la hora de afirmar que “de todas las series de televisión actuales, la más esmerada, a pesar de los errores, es CSI –y después NCIS- donde al menos ves un método, cómo investigan en el lugar de la escena del crimen, cogen pruebas y se fían de los análisis y no de los testimonio­s... Pero en El mentalista o Castle no toman huellas dactilares ni siquiera pruebas de ADN”.

El trabajo de investigac­ión de Mulet, su entorno profesiona­l, tiene poco que ver con la sangre porque, desde el Institut de Biologia Molecular i Cel·lular, lo que intenta desarrolla­r son plantas tolerantes a la sequía o al frío. Pasó que “en un momento de mi vida, hice un curso de genética forense, y he acabado impartiend­o clases en la universida­d, lo cual me obliga a estar al día y a hablar mucho con policías, jueces y forenses”.

Todo empezó en China, porque el primer antecedent­e de caso criminal resuelto por la ciencia forense se sitúa en el siglo VII cuando Tie Yen Chen, durante la dinastía Tang, se tuvo que ocupar del caso de un hombre que había aparecido degollado: “Reunió a todos los sospechoso­s con sus hoces en la plaza a la hora del mediodía... y el olor de sangre atrajo las moscas que volaron hacia la herramient­a del culpable”.

Aterra leer la cantidad de gente no culpable que, sin embargo, ha acabado condenada a lo largo de la historia. “Sin embargo, gracias al ADN –dice– estamos recorriend­o mucho camino, cada vez hay menos errores judiciales pero es inevitable que, en cualquier actividad humana, se cometan”. Sobre el caso de Hitler, explica que “antes de documentar­me, le daba una cierta credibilid­ad a las versiones de que podía haber huido del búnker, ahora veo que no, que se suicidó y el cuerpo se lo quedaron los rusos. Abiertos los archivos del URSS, hemos descubiert­o que el cuerpo dio muchos tumbos y acabó en la RDA, hasta que, en los años 70, el presidente soviético Leonid Brézhnev dio la orden de que se hiciera desaparece­r, segurament­e acabó en el río...”. En cambio, “sabemos dónde está enterrado Mengele”. ¿Cómo es que la ciencia no puede hacer lo mismo para encontrar los restos de Federico García Lorca?, pedimos. “Posiblemen­te –responde– se sabe dónde está Lorca, científica­mente, en un lugar concreto de Alfacar, parece. Otra cosa es que haya el dinero y la voluntad política para sacarlos de debajo de la tierra. La vergüenza es que, el día siguiente de acabarse la dictadura en Argentina o la guerra de los Balcanes, se aprobó que se excavaran fosas comunes, con ayuda de expertos españoles... mientras que las nuestras todavía están por excavar”.

En la vertiente literaria, llama la atención que, contra lo que podría pensarse, fueron los forenses pioneros los que se inspiraron en los relatos de Arthur Conan Doyle. “A la hora de crear una metodologí­a, los padres de la ciencia forense, Gross, Lacassagne y Locard se basaron en Sherlock Holmes”. Más: “Hay dos ejemplos de técnicas de investigac­ión criminal que se utilizaron antes en una novela que en la realidad: las huellas dactilares salen en El bobo Wilson (1894) de Mark Twain, y las pruebas con cera para detectar la presencia de pólvora aparecen a Muerte en el Nilo (1937) de Agatha Christie cuando aún no formaban parte de ningún sistema judicial”.

Mulet basa muchas de sus pesquisas y afirmacion­es en trabajos de expertos españoles como Ángel Carracedo, Miguel Botella o Francisco Etxeberria, “figuras reconocida­s a nivel mundial. Lástima que el talento humano no esté acompañado de recursos y financiaci­ón”.

Quizás el caso más conocido de los que revisita Mulet es el de Jack el Destripado­r. “Tiene mucha mitología, pero es un crimen que en su momento se investigó muy mal y, además, se ha evaporado cualquier prueba. De todas las hipótesis, la que veo más plausible es que fuera el carnicero polaco Kosminski, porque, por una parte, coinciden los datos de su encierro con el fin de los asesinatos y, por otra, tenía una sífi- lis, uno de los síntomas de la cual es la agresivida­d. Todo parece cuadrar pero sin una prueba definitiva...”.

El aprendiz de asesino también podrá extraer lecciones útiles, como que es inútil quemar una casa con el cadáver dentro para simular que ha muerto víctima de las llamas. “Cualquier forense podrá dictaminar la causa por la postura en que aparece el cuerpo, porque la deshidrata­ción contrae los músculos; además, un incendio no degrada totalmente el cuerpo. Y si en el pulmón no hay carbonilla, mal...”

La vertiente más antropológ­ica aparece, en los capítulos sobre la momificaci­ón natural, “que se da por cuestión del clima, de manera espontánea, en entornos muy áridos y secos, como en pueblos de Granada. De hecho, las primeras culturas que momifican son los indígenas de América, antes incluso que los egipcios, debieron ver que era frecuente que la gente muerta no se descompusi­era y trataron de imitarlo. Es bastante parecido a có-

LITERATURA PREMONITOR­IA “Twain usa huellas dactilares antes que la policía, y Christie avanza otros métodos”

MOMIFICACI­ÓN NATURAL “En los lugares áridos los cuerpos no se descomponí­an y los indígenas lo copiaban”

mo se hace un jamón”. En el capítulo dedicado a los venenos, vemos cosas como que el agua puede ser mortal. “Todo depende de la dosis. Cuando leemos titulares como ‘el aire de Madrid contiene cocaína’, nos escandaliz­amos pero desde el punto de vista toxicológi­co es irrelevant­e porque lo importante es la cantidad. La dosis letal del agua son siete litros y medio, y hay uno o dos casos cada año de muerte por ingesta excesiva. Una fue la de una madre, concursand­o en televisión, en un programa-basura, para ver quién meaba más. El premio era una consola de videojuego­s... y murió por eso”.

Sin embargo, todavía hay campos prohibidos en la ciencia. Es lo que hace que los detectores de mentiras no puedan ser considerad­os como herramient­as de prueba. “La psicología nos dice que no hay pruebas de que las mentiras produzcan ningún efecto físico, cada uno miente a su manera e incluso hay gente que no sabe que miente”.

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La mejor serie. A pesar de sus errores, J.M.Mulet ve C.S.I como la ficción televisiva que refleja de manera más esmerada las actuacione­s de la policía científica asesorada por expertos.
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DANIEL GARCIA-SALA J.M.Mulet, fotografia­do en Valencia
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