La Vanguardia

El verano de los músicos muertos

- Miquel Molina

La nostalgia es un mal incurable que se agrava en verano, cuando el tiempo se detiene y nos da por pensar. Las muertes de Bowie y Prince nos han llenado de melancolía, pero también de nostalgia preventiva. Para sobrelleva­r futuros disgustos, pienso que lo sensato es quedar en paz con los músicos preferidos antes de que se vayan. Y qué mejor que verlos en vivo por penúltima vez. Patti Smith, Ron Carter, Santana, Robert Plant..., no han faltado oportunida­des este verano.

Y si no es posible escucharlo­s en directo, ahí está YouTube para reencontra­rlos donde los dejamos. La novelista Svetlana Boym escribió un precioso ensayo titulado El futuro de la nostalgia (Antonio Machado Libros) en el que se lee que “la sobreabund­ancia extrema de productos nostálgico­s que ha comerciali­zado la industria del espectácul­o es un reflejo del miedo a la añoranza indomable”. Estoy de acuerdo, comparto ese pavor y me aferro por ello a YouTube.

Lo confieso. Busco en los vídeos a una chica rubia de pelo corto a lo Jean Seberg (ojos azules, delgada, 1,75, tejanos rajados a mano, camisetas blancas, actitud de ni te acerques) que frecuentab­a los

Se busca una chica con pelo rubio a lo Jean Seberg que iba a conciertos de rock en los primeros ochenta

ambientes punk de los primeros 80. Se la vio en conciertos de Desechable­s, Peter & the Test Tube Babies, Derribos Arias, Gruppo Sportivo... Y, lamentable­mente, en ninguno de ellos se acertó a establecer contacto con ella. La única aproximaci­ón que puede ser considerad­a así fue más bien desafortun­ada. Consistió en darle un pogo (para los no iniciados, esa forma de bailar a empujones) que, pese a su levedad, provocó en ella una mueca de desdén. Soy punk, pero no una degenerada, se leyó en su mirada metálica. Ahora debe de tener 53 años. Tal vez 50.

Ya me había despedido de la posibilida­d de volver a verla cuando descubrí que muchas de aquellas noches remotas están colgadas en la red, a disposició­n de todo el mundo. Es verdad que el público sale borroso y mal iluminado, pero de vez en cuando se distinguen las caras en las primeras filas, que es donde se colocaba ella. Suelen aparecer por allí tipos de bailar desmañado, postadoles­centes sudorosos con la cara surcada de tiritas por los cortes de un afeitado inexperto.

–No, seguro que ese no soy yo; en aquella época llevaba el pelo más largo.

Las imágenes añejas reproducid­as en la pantalla muestran las cosas como fueron, y no como tú prefieres pensar que fueron. Conciertos que recuerdas como míticos quedan reducidos, décadas después, al bolo de fin de curso de cuatro niñatos que no se sostenían en pie.

Hace unas semanas, la noche que actuaba Patti Smith, sufrí un sobresalto: pensé que la mujer sentada en la tercera fila con chaqueta y zapatos caros que seguía el ritmo con un elegante movimiento de cabeza podía ser mi musa extraviada. Al fin y al cabo, si le gustaban los grupos que escuchábam­os juntos, seguro que era fan de Patti Smith. ¿Por qué no podía ser ella? Pero evité mirar a su rostro. Era arriesgado. Y me exponía a que viera el mío. A aquella chica de ayer la seguiré buscando en YouTube, que es donde prefiero encontrarl­a.

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