A la sombra de Rouen

ROUEN es la capital de Normandía y su catedral es un templo gótico que obsesionó por su belleza a Claude Monet. En realidad, la pintó más de cincuenta veces, a todas las horas del día y de la noche. El artista estuvo dos años dedicado en cuerpo y alma a intentar plasmar su luz, sus colores, sus volúmenes. En una de sus cartas de aquellos días escribió: “Mi estancia aquí va adelante: lo cual no quiere decir que esté próximo a terminar mis catedrales. (...) Cuanto más veo, peor voy en la representación de lo que siento; me digo que el que dice que ha terminado un lienzo es un tremendo orgulloso. (...) Trabajo a marchas forzadas sin avanzar, buscando, andando a tientas, sin llegar a gran cosa, pero hasta quedarme extenuado”.

Muy cerca de Rouen está Saint-Étienne-du-Rouvray. Allí hay una pequeña iglesia, que no ha inspirado más allá de a algún pintor local, pero tiene ese encanto de las parroquias de pueblo, donde todo el mundo se conoce. Ayer, en esta localidad donde casi nunca sucede nada, cuando en la iglesia local estaba celebrando la misa un anciano y querido sacerdote, con la asistencia de tres monjas y un par de fieles, dos bárbaros entraron por la parte trasera del templo e iniciaron su ceremonia del terror. Una de las religiosas pudo escapar y dio aviso a la policía, que minutos después abatía a los dos asaltantes. Antes, Jacques Hamel, un cura bueno de 86 años, que renunció hace diez al derecho de retirarse, porque se sentía físicamente fuerte y emocionalmente querido, moría degollado por una de aquellas piltrafas humanas.

El Estado Islámico intenta imponer el miedo, porque no le asiste la razón. Sus soldados suelen ser personas con gran desorden mental, víctimas del fanatismo, que pierden el norte antes de perder la vida. Buscan el paraíso sin saber que nunca la sangre ajena indica el camino. Si la catedral de Rouen nos advierte del esplendor de los artistas, estos crímenes avisan de la degeneración de los miserables.