Los otros ‘Brexits’
Tienen algo en común el Brexit británico, el independentismo catalán y el trumpismo de Estados Unidos? Aunque parezca que mezclo churras con merinas, tengo para mí que sí existen similitudes. Es el intento de una parte de esas sociedades de salir de una situación social y/o política que viven como opresiva, indigna, degradante, que daña la condición de ciudadanía. Para escapar a esas situaciones buscan salir de la UE, de España o del orden económico internacional en el caso de Estados Unidos.
Estos intentos de salida se producen también, o están latentes, en otros países. En la propia España con el nacionalismo vasco y gallego; en el Reino Unido con el independentismo escocés; en Francia con el ascenso de Marine Le Pen; en Austria, con la repetición de las elecciones; en Finlandia, donde el Parlamento ha pedido al Gobierno que estudie las ventajas de salir del euro; y en otros lugares.
¿Cuál es la causa de estos intentos de salida? No hay un único factor. Pero, a mi juicio, el principal es la economía: el malestar con los resultados económicos de la integración europea y de la globalización. Más del 60% de la población de los países desarrollados ha visto como sus ingresos reales se estancaban o caían de forma continua e intensa desde la década de los ochenta. Y, a la vez, se ha extendido la percepción de que no hay oportunidades de futuro para ellos. Que las generaciones jóvenes serán más pobres que las de sus padres y abuelos.
Existen otras causas de naturaleza cultural y política, como el sentimiento de pérdida de identidad cultural y de ciudadanía política provocada por los flujos inmigratorios. Pero también en este caso la economía es un factor importante. Porque esos flujos inmigratorios no son sino los intentos individuales de escapar a situaciones nacionales que no dan oportunidades, ya sean para los jóvenes europeos del sur o los que vienen de fuera.
El deterioro de las condiciones de vida y la falta de oportunidades de una gran parte de nuestras sociedades es, por tanto, un fenómeno político de primera magnitud a la hora de explicar estos Brexits.
Sorprendentemente, este malestar con la economía ha sido olvidado, cuando no despreciado, por el establishment político conservador y socialdemócrata, y también por las élites económicas. La razón de la ceguera de las élites es que desde la caída del muro de Berlín han estado dominadas por un optimismo dogmático en los efectos de “más Europa” y más globalización. Un optimismo que ha alimentado el cosmopolitismo apátrida de las élites. Uno de los efectos de este cosmopolitismo apátrida es la huida de las élites de los impuestos nacionales para refugiarse en paraísos fiscales, ya sean europeos o globales. De ahí que la ciudadanía cosmopolita sea vista como lesiva para la ciudadanía nacional.
La emergencia del populismo político tiene que ver con la incapacidad de los partidos tradicionales para dar respuesta a la creciente pobreza y al cosmopolitismo apátrida. Los líderes populistas aciertan al identificar las causas. Pero yerran en las soluciones. Sus propuestas son medidas aparentemente simples y fáciles, pero equivocadas. Consisten en un mix de nacionalismo político, identidad cultural y proteccionismo económico. Es un cóctel explosivo, como muestra la historia de principios del siglo XX.
La solución está en restablecer el equilibrio entre lo que han de hacer los gobiernos nacionales y lo que se ha de hacer a escala europea y global. En unas circunstancias similares a las actuales, el gran economista británico John Maynard Keynes escribió en 1936, en sus notas finales a su obra magna, la Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que “bajo el sistema de laissez-faire nacional y el patrón oro internacional, que era el ortodoxo en la segunda mitad del XIX, no había medio disponible de que pudiera echar mano el gobierno para mitigar la miseria económica en el interior, excepto el de la competencia en los mercados; porque se desechaban todas las medidas que pudieran ayudar a un estado de desocupación crónica o subocupación intermitente, excepto las que servían para mejorar la balanza comercial...”.
Lo mismo ha ocurrido en las últimas tres décadas. La globalización y el euro, que fue la ortodoxia de las últimas décadas, han sido camisas de fuerza que han dejado a los gobiernos nacionales inermes para poner en marcha medidas que mitiguen la miseria, excepto el recurso a las reformas laborales para bajar salarios y condiciones de trabajo, verdaderas nuevas “leyes de pobres” como las del siglo XIX, coincidiendo con la revolución de la industrialización y la primera globalización.
Lo prioritario ahora es restablecer el equilibrio entre los tres vértices de un triángulo mágico: integración/globalización, Estado nacional y ciudadanía democrática. No es fácil. Pero si no se hace, veremos otros muchos Brexits.
Están causados por el deterioro de las condiciones de vida y la falta de oportunidades de gran parte de nuestras sociedades