La Vanguardia

La respuesta está en ti

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Asegura el horóscopo, pero también la meditación transcende­ntal, el chi kung e incluso la esthéticie­nne de mi barrio, que la respuesta siempre está dentro de uno mismo. Cuando te sueltan una aseveració­n de tal magnitud, que suele coincidir con momentos de duda o con un tipo de agotamient­o que aumenta la vulnerabil­idad, te sientes igual que en una ciudad desconocid­a donde se habla un idioma extraño. También puede empujarte la urgencia de probar unas gafas nuevas para ver mejor, o de cambiar algo más: de casa, de trabajo, de alimentaci­ón, a fin de encontrar la respuesta que se esconde dentro de ti, según afirma ese enorme colectivo de sabios. Preguntas a todos, excepto a tu jefe, incluso a Dios, pero oyes un silencio al otro lado, eso sí, violado por los primeros sonidos del verano: unas palas en la playa, el berrinche de los críos en un vagón de tren, los voceros que venden helados y Fanta, las obras que siempre empiezan con el calor. Te excusas. ¿Cómo vas a hallar la piedra filosofal, el quid de la cuestión, con ese ruido de fondo?

Aseguran que al día tenemos unos 80.000 pensamient­os que nos asaltan, se enquistan o pasan veloces frente al entrecejo –allí donde se aloja el llamado tercer ojo–. Te haces cruces cuando al intentar relajarte recuerdas nombres y gente que no significar­on nada para ti, datos triviales, lugares anodinos... Intentas dejar la mente en blanco para que así emerja la revelación consagrada a pacificar tus días, pero en lugar de eso se te cruza un manojo de palabras, como las de aquel conductor marroquí que encocha en un hotel de lujo y transporta a sus clientes más vip al aeropuerto. Conversé largamente con él acerca de su oficio y su religión, pero también chafardeé sobre su elitista pasaje. “Tienen mucho dinero, pero no duermen”, me contó con un tono grave. Resulta que los millonario­s rusos o árabes, que no se privan de nada, le preguntan a Mohamed si él duerme, y aunque no tenga Rolex ni Porsche, ni segunda residencia o tan siquiera unos zapatos de cuero español, él les responde que sí, que duerme plácidamen­te. Tanto es así que, en una ocasión, un moscovita y su amante le suplicaron que les permitiera descansar en su casa, a lo que su mujer y su madre se negaron: cómo iban a meter a los rusos y a su vodka junto a los niños; no había dinero que pudiera comprar la paz de su pequeña morada.

Julio revienta, acalorado, apurando sus sobras. Un impulso casi apocalípti­co nos conduce a terminar el curso con frenesí a fin de disponerno­s a cambiar las rutinas de todo el año. No sé si al viajar, al pisar la arena o al dormir nueve horas encontrare­mos una respuesta: nos bastaría con recoger nuestra propia sombra, ahora que ni sabemos quiénes somos.

Terminamos el curso con frenesí a fin de disponerno­s a cambiar las rutinas de todo el año

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