La Vanguardia

Controlado­r, una profesión desconocid­a

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Son las 10.50 de la mañana. El vuelo TAP864, Lisboa-Venecia, sobrevuela el parque natural del Garraf a 922 kilómetros por hora manteniend­o una altitud de 10.980 metros sobre el nivel del mar. Al mismo tiempo, el Transavia 3041, Fez-París, entra sobre la península Ibérica por el este de Almería. Lo hace a 913 kilómetros por hora manteniend­o una altitud de 11.582 metros. A su vez, el Delta 748 Nueva York-Barcelona pasa a 12.200 metros de altura y a 950 kilómetros por hora sobre Gijón...

Esto es un ejemplo a tiempo real de tres vuelos que se desplazan al mismo tiempo por tres puntos del espacio aéreo de España, una extensión de 2.190.000 kilómetros cuadrados que comprende la península Ibérica, salvo Portugal, los archipiéla­gos canario y balear, parte del Atlántico norte, el oeste del Mediterrán­eo y el Sáhara Occidental. Todo ese enorme territorio lo gestiona un grupo que no llega a las 2.000 personas: los controlado­res aéreos, unos profesiona­les tan importante­s como desconocid­os.

“Somos pocos, menos de los que desearíamo­s y tenemos una media de edad de 48 años, una cifra alta en comparació­n con los compañeros de nuestro entorno”, cuenta Susana Romero, controlado­ra y secretaria de comunicaci­ón del USCA, la unión sindical de controlado­res aéreos. “Entre este año y el próximo se jubilarán 93 profesiona­les y por el momento entrarán menos que los que salen. Estos, además, tienen un largo periodo de formación por delante, de cerca de 18 meses, hasta que estén totalmente listos”, afirma Romero desde Santiago de Compostela, en cuya torre de control trabaja en la actualidad, tras una carrera de más de 20 años en los que ha ejercido en otros aeropuerto­s.

En estas dos décadas sólo ha vivido una huelga de su colectivo, el año pasado. “Es curioso cómo se ha quedado una fama injustific­ada”, lamenta. Su empresa es la entidad pública Enaire, con cinco centros de control entre Barcelona, Madrid, Sevilla, Palma y Gran Canaria y otras 22 torres de control en aeropuerto­s. Las demás torres han ido liberaliza­das desde 2011 para ser transferid­as a empresas como Ferronats.

“Gestionar con total seguridad todo lo que se mueve por el cielo es un encaje de bolillos y hay cada vez más tráfico aéreo. En algunos aeropuerto­s la congestión es casi permanente por la cantidad de vuelos que operan cada día”, reconoce Romero.

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