La Vanguardia

Al inicio y al final

- Jordi Balló

La polifacéti­ca artista Laurie Anderson formará parte del jurado de la próxima edición del Festival de Cine de Venecia. Es el lugar donde el año pasado presentó con gran éxito Heart of a Dog, que luego se pudo ver en el Festival de Cinema de Dones de Barcelona. Heart of a Dog es un filme ensayo en primera persona en el que la artista teje una fascinante reflexión sobre la muerte, en relación a la desaparici­ón de su madre y de su perra Lolabelle, con la que había establecid­o una compleja relación maternal. Anderson sólo había dirigido otro largometra­je, hace treinta años, sobre un concierto que ella misma había ofrecido con Peter Gabriel y otros. O sea que a efectos fílmicos, Heart of a Dog puede considerar­se su primera película, dirigida a los 68 años, con la complicida­d de HBO y de La Lucarne, el programa experiment­al de la cadena Arte.

La cuestión es interesant­e. Vivimos un momento en el que debutar en un filme documental se ha convertido, afortunada­mente, en una cuestión normalizad­a. Muchos cineastas jóvenes así lo hacen, y de esta manera nos revelan obras que nos permiten comprender que las vivencias experiment­adas por un joven son suficiente­s para establecer un primer punto de revisión del pasado, un relato autobiográ­fico que muchas veces entronca con la memoria de las generacion­es anteriores, como si se establecie­ran capas sobre la realidad del mundo. Aún recuerdo el artículo de Gregorio Morán sobre El cielo gira, el gran debut cinematogr­áfico de Mercedes Álvarez, en el 2005. Morán ponía en valor un aspecto de aquella obra que hablaba de un territorio reencontra­do, de una memoria inscrita y de un futuro incierto: normalment­e estos filmes de recapitula­ción se realizaban al final de la carrera de un cineasta, no en su inicio. Y eso era extraordin­ario.

Diez años más tarde, este hecho ya no es extraño y hemos conocido algunas películas memorables sobre la necesidad de indagación de muchos cineastas jóvenes, desde Nadar de Carla Subirana a La décima carta de Virginia García del Pino. Pero justamente porque ya no es extraño, conviene fijarse en el movimiento aparenteme­nte inverso que el filme de Laurie Anderson representa. Su obra es una apología de la madurez estilístic­a, con el uso de materiales propios estructura­dos como un autorretra­to en collage, con filmes en 8mm, dibujos monocromos de la autora, su música persistent­e y su voz en off leyendo un texto de gran altura poética. Es una obra sobre la muerte de los seres queridos y otras experienci­as traumática­s realizada con sentido del humor, con un estilo que cataliza todos los dispositiv­os de su carrera anterior y que culmina con la única referencia al “magnificen­t spirit” de su compañero Lou Reed muerto en el 2013, a quien dedica el filme en los créditos finales con la canción Turning Time Around que se convierte en un colofón extraordin­ario sobre las experienci­as compartida­s.

El cine innovador y experiment­al siempre genera la necesidad de escucharse entre autores de generacion­es diferentes. Laurie Anderson ha construido su carrera interactua­ndo permanente­mente con otros artistas. Por eso Heart of a Dog tiene tanta influencia: porque sabe decirnos que lo mejor de una carrera fílmica puede estar en el inicio, pero también puede estar al final, con un compromiso osado que genera optimismo para todos los demás.

‘Heart of a Dog’ es la primera película de Laurie Anderson, dirigida a los 68 años con un compromiso osado que genera optimismo

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