Romper puentes
El maniqueísmo del Estado Islámico no da opción a los musulmanes a convivir con otros pueblos
Con los atentados contra civiles, el Estado Islámico pretende aumentar la distancia entre la población musulmana de Europa y sus conciudadanos, poniendo en el punto de mira a los sectores más moderados y defensores de la convivencia.
Uno de los terroristas acababa de degollar al padre Hamel. Se cercioró de que el crimen había sido registrado por la cámara. “Entonces, el otro me dirigió una sonrisa, no de triunfo, dulce, la de una persona feliz”, dijo ayer Hughette Péron, una de las tres monjas presentes en la iglesia. A otra monja, Hélène Decaux, le preguntaron si conocía el Corán. “No sólo lo he leído con el mismo interés que la Biblia –respondió–, sino que me gustaron sus mensajes de paz”. Como esa que reinaba en SaintÉtienne-du-Rouvray entre la iglesia y la mezquita, vecina porque fue edificada en el terreno cedido por el párroco.
Símbolos de lo que detesta el llamado Estado Islámico (EI): ese espacio de convivencia que su estrategia denomina zonas grises. En el mundo Dáesh, orbe en blanco y negro, creyentes y no creyentes no deben rozarse. Thomas Pierret, catedrático en la Universidad de Edimburgo, explicó en París, tras los atentados del 13 de noviembre, que no había casualidad en la elección de escenarios como el estadio de Francia, en Saint Denis y los distritos más juveniles de la capital. En el estadio, como en el suburbio en el que fue construido, se mezclan gentes de todos los orígenes. Y las clases sociales, las edades y las religiones también coexistían en las terrazas de los bares.
Muy claramente, también, entre los 84 muertos y más de 200 heridos del camión de Niza.
“La masacre del Bataclan y las terrazas tenía como blanco –asegura el historiador Pierre-Jean Luizard, autor del ensayo Le piège Daech (la trampa Dáesh)– a la juventud más tolerante con el islam, un público educado que intenta comprender. Chavales, con pitillo y copa, conversan con sus coetáneos que frecuentan la mezquita. El EI quiere provocar en la sociedad francesa el miedo al otro, las reacciones irracionales que excluyan explicaciones. Para lograr lo que ya consiguieron en Oriente Medio”.
La zona gris es precisamente el título de un editorial de diez páginas de Daquib, mensual digital del EI, analizado por el portal norteamericano The Daily Beast, que lo compara con aquel “si no estáis con nosotros estáis con los terroristas”, de George W. Bush. “Puntos de vista idénticos. Sólo que para el EI los terroristas son lo que llaman cruzados occidentales”
Para Daquib no hay término medio: “Llegó el momento de aportar la división al mundo y suprimir la zona gris”. En Iraq aprovecharon la vieja rivalidad entre suníes y chiíes para llevar el país a la guerra civil. Slate, el diario digital creado por un exdirector de Le Monde , lo cita para matizar que “si bien la situación europea en general, y francesa en particular, no es comparable, saben que la confrontación les valdrá dos tipos de aliados. Los que se sumen a sus fuerzas, con accio- nes de bajo coste y amplia repercusión, y los que reaccionen contra los musulmanes de Europa”.
En Dabiq, entre la iconografía habitual de torturados, ahorcados y decapitados, reaparece siempre la misma visión de un mundo bipolar. O el califato con “los auténticos musulmanes” o “los cruzados occidentales”, con quienes conviven “los malos musulmanes”.
El EI dice que “el establecimiento del califato ha demolido un poco más la zona gris. Muchos musulmanes de Europa y Estados Unidos justificaban esa vida entre no creyentes con la excusa de que los países musulmanes están gobernados por apóstatas. Ahora, deberán decidir si se adhieren a la religión no creyente postulada por Bush, Blair, Obama, Sarkozy, Hollande, o si parten al hijra (exilio) hacia el EI”.
Esta teoría de la zona gris, válida también para España, es para los expertos más sólida que la suposición de que los atentados sean sólo una respuesta a los bombardeos aliados.
Claro que de acuerdo con los mismos expertos, Francia tiene su propio problema geopolítico, porque además de ser el único país europeo con fronteras elásticas que llegan al Caribe y al Índico, su centralización concentró comunicaciones y recursos en París o a través de ella. Y eso desguarnece sobre todo a los pueblos aislados.
De hecho, el atentado de SaintÉtienne-du-Rouvray no es el primero que tiene por objetivo un pueblo pequeño. Le antecedió uno que, además no fue protagonizado por franceses originarios del Magreb. El 20 de diciembre del 2014, Bertrand Nzohabonayo, 20 años, nacido en Burundi, irrumpió en la comisaría de Joué-lès-Tours, villorrio del centro de Francia. Con su cuchillo hirió a tres policías, antes de que lo mataran. Fichado por pequeños delitos pero sin antecedentes terroristas, en su página de Facebook fue descubierta, más tarde, junto a la bandera del EI, su reciente conversión.
Los atentados de París y Niza buscaban dañar los lugares donde hay más mezcla de gentes