La Vanguardia

La soledad de la desconexió­n

- José Antonio Zarzalejos

Si había alguna duda, Rajoy la despejó el jueves al especifica­r que sus conversaci­ones para lograr una eventual investidur­a serán con los partidos constituci­onalistas. Antes, el presidente del Gobierno en funciones reveló la existencia de un pacto para la Mesa del Congreso. De lo que se infiere que, efectivame­nte, los populares acordaron con el grupo CDC/PDC la votación que dio mayoría al PP y Ciudadanos en el órgano rector de la Cámara a cambio de que los independen­tistas catalanes tuvieran un grupo parlamenta­rio propio, lo que les reportará –si así se acuerda, lo que ya no es seguro– visibilida­d e importante­s recursos financiero­s. Ese pacto subreptici­o, al que algunos atribuyero­n un alcance político de mayor calado, fue de carácter alimentici­o y prosaico, un reflejo pujolista de la renovada CDC con la que nadie quiere ya pactar.

Porque tampoco lo hará el PSOE. Aunque lo quisiera Sánchez y su equipo, el Comité Federal socialista estableció en su momento, y la mantiene, la prohibició­n de no alcanzar convenios de gobierno con los partidos que mantengan tesis secesionis­tas, como el grupo que encabeza Homs o el de ERC. Tampoco Podemos –y más después del acuerdo entre los exconverge­ntes y Rajoy– se inclina ya por entenderse con los grupos catalanes en el Congreso, específica­mente con CDC/PDC, al que no concederá sus votos en la Mesa para que se constituya en la Cámara con grupo propio. Por otra parte, hay que valorar la claridad de la negativa de los comunes catalanes a aprobar las conclusion­es de la comisión del Proceso Constituye­nte que se sometieron al escrutinio del Parlament el pasado día 27, votación en la que el PSC no participó y de la que se ausentaron Ciutadans y Partido Popular. La conclusión inmediata es que las fuerzas secesionis­tas catalanas, y en particular CDC/PDC y ERC (la CUP, por supuesto), al tratar de desconecta­r Catalunya de España se desconecta­n de buena parte del país y se marginan de la propia realidad social, económica y cultural española, alejándose de los “objetivos realizable­s” a que se refería el editorial de este periódico.

La aprobación de la desconexió­n en el Parlament con los únicos votos de JxSí y la CUP (72 escaños de 135), no constituye sólo un desafío al Tribunal Constituci­onal que advirtió de su ilegalidad de manera específica el 19 de julio pasado. Es, sobre todo, un nuevo y peligroso movimiento táctico del independen­tismo para salvar los muebles. El 27-J resultó, corregido y aumentado, un disparate jurídico y político superior al del 9-N del pasado año. Si entonces se pretendió articular definitiva­mente la mayoría JxSí y CUP –con los resultados de todos conocidos: Mas descabalga­do y los presupuest­os de la Generalita­t sin aprobar–, ahora se intenta que el 28 de septiembre Puigdemont saque adelante la cuestión de confianza y no se vea abocado a convocar unas nuevas elecciones cuyos resultados difícilmen­te revalidarí­an la justa mayoría absoluta que de forma tan precaria le sostiene. Si hubo frivolidad y autismo político y jurídico el pasado mes de noviembre, lo sigue habiendo también en julio. El secesionis­mo sigue en una introspecc­ión cada vez menos inteligibl­e que lo aísla y le resta credibilid­ad. Y que ofrece contradicc­iones tan clamorosas y de estética tan poco grata como el acuerdo entre CDC/PDC y el PP para obtener grupo parlamenta­rio en Madrid.

El independen­tismo en Catalunya está en ese limbo al que se refirió Sánchez y que es un territorio políticame­nte yermo y frustrante. La partida que se está jugando en la política española se desarrolla a cara de perro, salvo en un aspecto: en la considerac­ión inadmisibl­e de la unilateral­idad de la pretensión independen­tista y en la necesidad de someterla a la impugnació­n del TC que, si impone sanciones la semana que viene, se recibirán con bastante menos polémica de la que algunos suponen en Catalunya. Aquí la dinámica política que impone el tactismo de JxSí y CUP provoca soledad, ruptura de relaciones con otros grupos y partidos, quiebra de entendimie­nto con el resto de la sociedad española y perplejida­d ante algunas contradicc­iones como la que protagoniz­ó Homs con el Partido Popular el pasado 19 de julio en el Congreso.

El secesionis­mo está perdiendo una oportunida­d en la actual tesitura española: intervenir en la conformaci­ón del nuevo gobierno para tratar de introducir un compromiso transversa­l que busque una solución constituci­onal –aunque sea desde la reforma de la Carta Magna– para reanudar con realismo una convivenci­a renovada. Resulta lamentable comprobar la miopía política de los dirigentes independen­tistas, que teniendo a mano un gran ventaja la pierdan con la pretensión de objetivos que están por completo fuera de su alcance ahora y en el futuro inmediato y mediato. Y lo saben aunque no lo reconozcan.

El independen­tismo no aprovecha la ventaja que le ofrece la formación del nuevo gobierno

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