El fin de la inocencia
El viernes, con alevosa nocturnidad, las diez de la noche, la Autoridad Bancaria Europea (EBA) emitió su informe sobre la solvencia de 51 grandes bancos europeos. Conclusiones, previsibles. Intención, tranquilizadora. Credibilidad, bajo mínimos. Un sólo banco suspendido, el italiano Monte dei Paschi, pero para anular cualquier signo de dramatismo, pocas horas antes de que llegara el dictamen de la EBA ya se había anunciado un plan de rescate aceptado por el Banco Central Europeo (BCE).
Así las cosas ¿A dedicarse a otra cosa ahora que sabemos que la banca del continente está tan bien equipada para hacer frente incluso al fin del mundo? No se sabe aún cuál ha sido la reacción, por ejemplo, de un señor llamado David Folkers-Landau, economista jefe del Deustche Bank, y también portavoz financiero del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaeuble, y del jefe del Bundesbank, Jean Weidmann. Hace un par de semanas, Folkers-Landau se descolgó con la propuesta de constituir urgentemente un fondo de 150.000 millones de euros precisamente para capitalizar la banca europea. Después del viernes, ya debe dormir a pierna suelta.
La propuesta del directivo del primer banco alemán sorprendió a sus colegas europeos. La posición formal de Alemania hasta ese momento había sido que los bancos con problemas debían regirse por la nueva normativa europea que obliga, primero, a repercutir sus pérdidas hasta el 8% sobre accionistas y acreedores y sólo después de ese paso se podía recurrir a las ayudas públicas, del Estado afectado. Y había rechazado con rotundidad la propuesta del primer ministro italiano, Matteo Renzi, de volver a la vieja política de rescates de Estado.
La creación de un fondo como el propuesto por FolkersLandau no figuraba en ningún escenario conocido. Pero no ha habido rechazo oficial alemán. Los observadores informados, entre ellos algún exalto cargo del BCE, intuyen que Berlín podría estar sopesando aceptar la vuelta al viejo esquema, rescate con dinero público al 100%, consciente de que a lo mejor debe hacer lo propio con parte de su sistema financiero, comenzando precisamente por el gigantesco Deutsche Bank, el que amontona en sus balances 42 billones de euros (42 veces el producto interior bruto español) en productos derivados. Un auténtico riesgo sistémico según el Fondo Monetario Internacional.
Alemania, gracias a su dimensión y su especial papel económico, es el único país de la eurozona que pese a haber renunciado a su moneda y a la independencia de su política monetaria posee la capacidad de gestionar su economía con sus propios recursos. Por eso la llamada solidaridad europea le interesa más bien poco. El caso es que podría estar en condiciones de asumir en solitario un nuevo rescate de su sistema bancario.
Sería el tercero. El primero, entre el 2008 y el 2009, obligó a los contribuyentes alemanes a inyectar 500.000 millones en el rescate de varias entidades, la más conocida Hypo Real Estate. El Estado acabó adjudicándose los activos malos.
El segundo rescate, a partir del 2010, se realizó mediante los eufemísticos salvamentos de Grecia, Irlanda, Portugal y la banca española. En este caso, los ciudadanos europeos acabaron siendo titulares de la mayoría de los créditos incobrables que antes tenían en sus carteras los bancos alemanes y franceses.
Para desandar lo andado, volver a autorizar rescates nacionales de la banca en dificultades, Alemania va a necesitar aliados y buenas dosis de mano izquierda. ¿Explica eso el giro copernicano de Schaeuble esta misma semana, de campeón de las sanciones a salvador en el último segundo de España y Portugal?
Pese a que la banca europea viene superando mayoritariamente las sucesivas pruebas de resistencia, esta ha sido la cuarta, nunca han sido convincentes. De hecho, el inversor que hubiese apostado su dinero confiando en los resultados de esas pruebas estaría, literalmente, arruinado, en línea con los descensos registrados en la cotización de las acciones bancarias en las bolsas. Algunas de ellas, por ejemplo Deutsche Bank están en mínimos de 30 años, y las del Santander han perdido un 60% desde el 2010.
Otro tanto cabe decir de los gobiernos que creyeron en esos exámenes. El último ejemplo el de Italia, quien con más urgencia debe encarar ahora la solución al problema, como bien sabe el agonizante Matteo Renzi, primer ministro del país.
Pero, como casi siempre, las
Las pruebas han eludido analizar el gran problema de como ser rentables con unos tipos bajos
cosas no son lo que parecen. Los problemas bancarios son el resultado de una temeraria liberalización financiera combinada con una desastrosa respuesta posterior con la llegada de la crisis. Los problemas del sector en Italia son una buena síntesis. El PIB del país ha caído más de un 10% desde el inicio de la crisis, descenso solo superado en la eurozona por Grecia; el 20% de su capacidad industrial ha desaparecido, para mayor gloria de los exportadores alemanes; y más de 1,7 millones de pymes han cerrado desde el 2009. ¿Qué sistema bancario habría evitado un alud de créditos impagados? Esa es la base del problema bancario transalpino.
El otro problema de las pruebas de solvencia es que han eludido analizar el otro gran problema bancario: como ser rentables con unos tipos de interés negativos o bajos que pueden durar más de una década.