La Vanguardia

Dylan, el calor y el piercing

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Lunes, uno de agosto. Es uno de aquellos días que debería caerse del calendario, desaparece­r. Desembarca­ste ayer en Barcelona, tarde, requemada por el sol pero monísima y con unos kilitos de más que, dicen, se te han puesto bien. Pero fue llegar a puerto y aparecerse todo tan gris como el cielo que salió a recibirte. Sí que se te veía bien... Ayer. Fíjate hoy. Has dormido de pena, has sudado como un cerdo toda la noche, no te puedes ni levantar y no es que estés como un tren de mercancías, no, más bien diríase que te ha arrollado uno. Tumbada en la cama, pareces una marmota esperando que suba la marea.

Pero toca tragar con este día sí o sí. Haces un esfuerzo sobrehuman­o, te levantas, te duchas, te restauras como puedes, te pones lo primero que encuentras en el montón de ropa de la maleta aún sin deshacer y, ale, a trabajar, que en el diario faltan manos. Vamos, que quien no se consuela es porque no quiere. ¿Por qué hará tanto calor?... Vuelves a sudar, te duelen los zapatos (no es raro, hace tres semanas que andas en chancletas). Cómo añoras los shorts, ir vestida como una salvaje, comportart­e como tal. Maldices en voz baja los días difíciles. Barajas ponerte boca abajo. Según una casa de compresas, en esa posición, por muy difícil que sea tu día, serás feliz. Desistes, no vayas a romperte la crisma. De hecho lo único que necesitas hoy es que te traten con mucha ternura y que, cuando acabes la jornada, te acaricien mucho, mucho. ¿Y? En el trabajo hace tanto frío que de un momento a otro va a nevar. Encima, quien no se ha largado todavía, lo hará en tres, dos, uno... No es que no quieras a tus compañeros, pero si alguien más vuelve a restregart­e su felicidad lo matas. Lo encerrarás en la sala de reuniones, apagarás el aire, le irás cortando los veinte deditos, uno a uno, le pondrás polvos pica-pica en las heridas y, cuando nadie te mire, lo matarás bien muerto... ¡Alto! Frena. Que pronto llegarás a casa. Hogar, dulce hogar. Ya estás allí. Cenarás como una reina. Asaltas la nevera: hay un par de tristes huevos caducados, una mermelada de naranja que ni te gusta y un limón que casi sale a saludarte cuando has abierto la puerta del frigorífic­o. ¿Quién había dicho que la fruta del Dia no se pudre? ¡Qué calor! Pones música, amansa a las fieras. Podrías hacer dos cosas, piensas: poner la cabeza dentro de la nevera y así te refrescas o ponerla dentro del horno y así acabas de una vez con esta agonía de día. Suerte que llaman al móvil. Es tu hija mayor, un monumento de niña. Quince cumplirá. Más alta, más guapa, más digital y más todo que tú. Ella escucha electrolat­ino pese a todos. No hay música más machista.Tú, Bob Dylan. Suena en el comedor Thunder on the mountain: la Biblia, el blues, Alicia Keys. “¿Quién es ese?”. Tu hija no tiene a Dylan en su vida pero tampoco días difíciles, ni semanas, ni meses difíciles, ni tu edad difícil... Silencio. ¿“Sigues ahí, mamá?”. Sí, sí. Quiero marcharme a Tennessee con el trombón, canta de fondo el mito. La niña llama porque quiere hacerse un piercing. “¿Puedo, puedo?”. Tú no te agujereast­e las orejas hasta los cuarenta. Y dudas qué responder...

–Bueno, pero ¿no lo querrás en la lengua, no?

Lunes, 1 de agosto: es uno de esos días que borrarías del calendario pero, como no puedes, suplicas que te traten con ternura

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DAMAS
Susana Quadrado JUEGO DE DAMAS

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