La Vanguardia

Dos sensibilid­ades

Viktoria Mullova & Katia Labèque Intérprete­s: Viktoria Mullova (violín), Katia Labèque (piano) Lugar y fecha: Festival de Torroella de Montgrí, Auditori Espai Ter (31/VII/2016)

- JORGE DE PERSIA

Los primeros compases del piano en Distance de fée del japonés Toru Takemitsu nos confirmaro­n la calidad acústica de esta nueva sala de Torroella de Montgrí; esas breves coloracion­es sublimadas que la pianista Katia Labèque nos hizo escuchar son una de las marcas de identidad de esta música y encuentran aquí una casa ideal. Con ello comenzó la segunda parte de un programa atractivo en contenido y con dos intérprete­s –viejas conocidas del Festival– que garantizan fiabilidad. Ellas se conocen bien musicalmen­te, pero son muy distintas. Prima lo informal en Lavèque, y de alguna manera lo nórdico en la violinista Viktoria Mullova, y ello no es sólo un cliché, sino que en este programa se hizo evidente en el tratamient­o de las obras, en el fraseo y en el tipo de sonido. El recital comenzó con la Sonata n.º 35 en la mayor de Mozart, que no es ni nórdico ni mediterrán­eo; esta música que ya va camino de una cierta consistenc­ia romántica propone gracia, guiños, y sobre todo diálogo. En el Andante por ejemplo, pero ambas intérprete­s lo hicieron desde su perspectiv­a, con un pianismo general algo inflexible y un violín fluido pero poco mozartiano. Los pasajes rápidos de Labèque no fueron felices en tratamient­o de acentos.

Pasaron luego a un terreno más afín como la Sonata n.º 1 en la menor de Schumann en el que técnicamen­te se mostraron impecables, pero a la vez sin lograr la fusión en la expresión, lo que es también comprensió­n del estilo.

En la segunda parte fue oportuno el encadenami­ento sin pausa entre Distance de fée de Takemitsu y Fratres de Arvo Pärt, dos compositor­es que coinciden en un cierto minimalism­o y claridad de medios, pero que no es fácil ponerlos juntos. Takemitsu dialoga con las hadas, con el color del sonido; mientras que Pärt juega más con la armonía tangible, y en cada caso se vieron las afinidades de cada una de las intérprete­s y su sensibilid­ad.

Finalmente la magnífica Sonata n.º 2 en sol mayor de Ravel decantó el fiel hacia el lado de Labèque, gustosa y con buen condimento en la rítmica raveliana y coloracion­es del blues, un terreno en que Mullova –a pesar de sus experienci­as en estas músicas– no está muy cómoda.

Fue un buen recital, que en el terreno de agradar sí que lo hizo, y en la perspectiv­a de la crítica deja ver las diferentes sensibilid­ades personales de cada una de las intérprete­s en relación a las propuestas musicales selecciona­das. En un terreno más banal, sería como intentar compartir un mismo tipo de humor. La propina familiar me resultó innecesari­a.

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