El problema de la privatización olímpica
Visita a Maracaná para el ensayo de la ceremonia de apertura
Una cola kilométrica serpenteaba en torno al estadio modernizado de Maracaná la noche del domingo. Miles de invitados esperaban a ver el ensayo de la ceremonia de apertura olímpica. Eran mucho más humildes que los miembros de la familia olímpica y demás vips que asistirán a la inauguración de verdad el próximo viernes. “No entiendo; me dijeron que sólo habría 3.000 personas y que entraríamos rápido”, dijo uno de los 80.000 voluntarios olímpicos, inconfundibles por sus camisetas amarillas y zapatillas verdes. Había venido de la India para prestar sus servicios gratuitamente al Comité Olímpico Internacional (COI) y sus socios de marcas multinacionales. Ni tan siquiera había vendedores ambulantes para comprar una cerveza Bohemia y matar el tiempo, o quizás una mazorca de maíz o un sándwich de tapioca. “Está prohibido vender en los alrededores del estadio”, dijo un voluntario que señalaba el lejano fin de la cola con un enorme dedo hinchable al estilo de Disneyland. Claro, este es territorio reservado para Coca-Cola, el patrocinador mas antiguo de los cinco anillos.
Lo que nadie sabía es que la demora podía tener que ver en realidad con el fracaso del modelo de externalización y privatización adoptado por el nuevo gobierno conservador y el elemento esencial del modelo olímpico de iniciativa privado-pública del alcalde de Río, Eduardo Paes. A principios de julio, el Gobierno federal había contratado a una empresa privada por 17 millones de reales (unos 5 millones de euros) para operar las máquinas de seguridad de rayos X, los detectores de metales y para registrar las bolsas en las entradas del estadio olímpico. Sería un buen ejemplo –calculaba el Gobierno que ha sustituido a la destituida presidenta de izquierdas, Dilma Rousseff– para ver cómo funcionaría la nueva ley de externalización privada de trabajos públicos, a punto de aprobarse en el Congreso.
Pero la empresa seleccionada en el precipitado concurso, Artel Recursos Humanos, con sede en el sur de Brasil, pronto descubriría lo difícil que resulta encontrar a miles de personas dispuestas a trabajar por menos de nueve euros al día. Intentó subcontratar parte del trabajo con otra empresa dedicada al nuevo negocio de externalización, Simetria. Pero no fue posible. La semana pasada, a última hora, el Gobierno tiró la toalla y llamó al ejército y la policía militar. Ahora, miles de soldados y policías hacen el trabajo. “A mí me ha venido bien porque me van a pagar 20.000 reales –unos 6.500 euros– hasta el final de los Juegos (el 21 de
agosto)”, dijo un policía militar jubilado de 54 años que operaba la máquina de rayos X en el estadio Maracaná. “Me avisaron por correo electrónico la semana pasada”, añadió.
Los viejos militares hacían un buen trabajo en el estadio el domingo pero en tan poco tiempo debe de ser difícil reorganizar el sistema y, aún más, dado el miedo al terrorismo que recorre la ciudad. “A mí me preocupan los lobos solitarios; podría ser cualquiera”, decía Marilla, fisioterapeuta de 49 años, señalando las caras de póquer en la cola. Si esta improvisación de última hora parece un buen ejemplo de la forma caótica de hacer las cosas en Brasil, no es así. En los Juegos de Londres en el 2012, pasó exactamente lo mismo. El gobierno privatizador de David Cameron había contratado a G4S, la empresa más grande del mundo en seguridad privada, para fichar a mas de 10.000 trabajadores para tareas de seguri-
dad como registrar bolsas y operar las máquinas de rayos X. El Estado británico pagó 458 millones de libras a G4S y contaba con que el sector privado haría mejor y más barato lo que el sector público siempre había hecho. Pero menos de dos semanas antes del inicio de los Juegos, G4S anunció que no había logrado contratar a los empleados necesarios, en parte porque sólo pagaba unos 10 euros por hora. La crisis quedó resuelta gracias al despliegue de miles de soldados. “Es una tendencia en el capitalismo olímpico: el Estado rescata a las empresas privadas cuando estas se colapsan bajo la presión”, resume Jules Boykoff, autor del nuevo libro sobre los Juegos Olímpicos Power
games.
Mientras las colas se alargaban delante del nuevo Maracaná de elite, ya carente de su famosa gradería popular, el Geral, los bomberos (un servicio militar en Brasil) esperaban por si los temores a un atentado resultasen fundamentados. Pero los recortes del quebrado estado de Río han dejado estos servicios esenciales en condiciones precarias. “Suspendieron nuestros salarios durante un mes; hoy llevo diez horas trabajando sin comer”, se quejó un bombero.
AYUDA MILITAR Los soldados y la policía militar han acabado cubriendo los fallos del sistema de seguridad