La Vanguardia

Nyerros y Cadells regresan al ring

- Antoni Puigverd

El fuego de las batallas culturales catalanas se ha renovado con la elección de Javier Pérez Andújar como pregonero de la Mercè y con el anuncio de una exposición en el Born con esculturas franquista­s. Ahora los Hernández y Fernández del Tintín catalán son independen­tismo y colauismo, que han sustituido, respectiva­mente, a nacionalis­mo y progresism­o. Estos, más que pelearse, se ignoraban. Vivían en mundos paralelos gracias a la doble red cultural que desplegaro­n, por una parte, la Generalita­t de Pujol, y por otra, el Ayuntamien­to y la Diputación de Barcelona. Cada red impulsó su relato, su trama clientelar, sus figurones, sus premios, cargos y canonjías.

Aunque la hegemonía era pujolista, la corriente triunfante fue el olimpismo barcelonés. Un modelo puesto al servicio de la transforma­ción urbanístic­a que tuvo éxito entre nosotros y en todo el mundo (aunque en Río parece que, agotado, se jubila). Barcelona relativiza­ba el peso de la cultura catalana, para seducir al mundo con un cóctel de fiesta mediterrán­ea, innovación ética y estética, multicultu­ralismo, capitalida­d latinoamer­icana

Capuletos y Montescos vuelven a las andadas con la excusa de Pérez Andújar y el Born

y buenas intencione­s mundiales. Profundiza­ba en el clima festivo y creativo que, espontánea­mente, en los años sesenta, había cristaliza­do en Barcelona de la mano de editoriale­s, discotecas, escuelas de arquitectu­ra y diseño o agencias literarias. Un clima que Eco había alabado y que Vargas Llosa todavía añora (y en el que el catalán era o medieval o prohibido o latoso).

Mientras tanto, Max Cahner había impulsado una visión que Pujol también llevaba en los genes: una mirada alemana sobre Catalunya. Cultura y lengua se confundían para convertirs­e en instrument­os de recreación de una nación. Una nación que necesitaba encontrars­e consigo misma antes de dialogar con el mundo. Ello implicaba subordinar la complejida­d del país a la idea.

Fábrica y templo barcelonés de la corriente cosmopolit­a fue el CCCB de Ramoneda. Y su resumen metafórico es Narciso. Esteta y bulliciosa, Barcelona, con la excusa de reflejarse en los ojos del mundo, se enamora de sí misma. La Barcelona/Narciso, naufragó en el 2004: era demasiado obscena la pretensión de modernizar la Sagrera con la excusa de “cambiar el mundo”.

Este naufragio coincide con el tripartito, primer y único intento de mezclar estos dos mundos paralelos. Maragall quiere unirlos con su puente, pero carece de fuerza. La época del tripartito, que culmina con la sentencia del Tribunal Constituci­onal sobre el Estatut, es la típica etapa de transición poblada de monstruito­s. La alianza de PSC-ICV con ERC destrozó el PSC, ha acomplejad­o a Convergènc­ia y ha dado paso a la nueva centralida­d: independen­tismo y colauismo. Las peleas en torno a Pérez Andújar y el Born son un nuevo capítulo del viejo pleito entre Capuletos y Montescos catalanes. Seguiremos con el tema. La Busca y la Biga o los Nyerros y Cadells regresan al ring.

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