Un genuino privilegio
Cal Tito se apoya en un producto de excepción
Esta casa es un goce. Modestia, exigencia y concisión. Producto de excepción. En Josep Corominas –Tito– se apoya su filosofía.
Sabio artesano del gusto, Tito dejó el textil para abrir la casa en la que siempre soñó comer. La adquirió hace 16 años en el corazón de Vilassar de Mar. “Era un bar. Entré a tomar un aperitivo y salí con las llaves”.
Tito conoce lo que compra. No hace concesiones a caprichos ni cursilerías. Sabe que la excelencia no se evalúa por el parámetro de las rarezas. Sólo el producto es crucial. El fuego modula. El gesto matiza. El resto es banal.
Los arroces –ligeros– son incomparables, distintos. El de rape y puerro, un viaje a la memoria de la infancia. Marinero y memorable el de gambas. El de cigalas con sepia, emotivo y sutil. Con el caldoso –magistral– empezó todo.
Los tomates –aliñados generosamente con aceite– son de una bondad y aroma infrecuentes. Mojen pan en el aceite. Ante los mejillones –benditos mejillones– nos quitamos el sombrero. De tono rojizo y matices grises, verdosos y azulados, no dejen de probar, estos días, los lloritos. Genuina sobredosis de ternura.
Tito vive ajeno a las modas. Su cocina desafía la dificultad de lo sencillo. Lo difícil hecho fácil. Cuanta menos complejidad, más belleza.
A pocos minutos, en Cabrera, Tito abrió, posteriormente, otra casa. En ambas, idéntico producto –gemelos los platos– y la misma calidad. La casa patrón es céntrica y familiar, media docena de mesas, un privado y una cocina chica y eficaz. La de Cabrera es más espaciosa, profusa y popular.
“Pablo, leal y eficiente, y Marina, mi esposa, cuidan el de Vilassar. En Cabrera, Mónica, que es como de la familia, mi cuñado Rafa y mi hija Marina. Rosa complementa este grupo admirable. Y yo estoy aquí y allá”. Todo un equipazo!
De mirada complaciente y curiosa, Tito no ansía ser quien no es. Sólo lo mediocre no le merece consideración. Aún quedan cocineros sensatos.