La Vanguardia

El poder y la historia

- ARTURO SAN AGUSTÍN

La Gavina es ese hotel de lujo ubicado en s’Agaró al que no le importa que lo llamen hostal. Por la misma puerta que entró y salió la hermosa condesa descalza, Ava Gardner o aquella Cleopatra del cine que fue Elisabeth Taylor, entraba hace unos días una joven actriz que también conoce Hollywood y cuyo nombre no diré. Y también por esa misma puerta salía precipitad­amente un ministro francés minutos después de que ocurriera el atentado de Niza. En los verdaderos oasis la sombra ha de ser respetada. La vida sigue y por eso a algunos propietari­os de hoteles les gusta hablar más del presente que del pasado, pero se equivocan. Los mejores hoteles son aquellos que estando muy vivos tienen un gran pasado. Un verdadero hotel o tiene literatura o es sólo moda. La vida, pues, sigue y del pantalón bombacho que usa Tintín y que también usaba un colaborado­r del entonces conseller de Finances de la Generalita­t, Josep Tarradella­s, hemos pasado a los músculos de gimnasio y a la muy ceñida camiseta de manga corta que en estos momentos, mientras escribo esta crónica, exhibe un cuarentón ruso. Hemos pasado de la influencia de Eduardo, el duque de Windsor, que fue huésped de La Gavina y quien puso de moda el pantalón bombacho, a la influencia del presidente ruso Vladímir Putin, que siempre que puede presume de pectorales. Si saco aquí a Tarradella­s, que ya era un hombre alto en 1936, es porque el próximo enero se cumplirán 80 años de una importante reunión que se celebró en este lugar en el que me encuentro y donde se redactaron los llamados Decrets de s’Agaró. La vida sigue. La prueba es que cuando estoy pensando en Josep Tarradella­s, que fue presidente de todos los catalanes, aparece Carles Puigdemont, que se empeña en ser sólo el presidente de algunos catalanes. Quizá por eso algunos malvados lo llaman el presidente Pokémon.

Mar, horizonte, rocas, calas, pinos, tamarindos y muros secos en el camino de ronda. Coincidir con Puigdemont en La Gavina me permite acceder a uno de los mejores miradores edificados sobre el Mediterrán­eo. Hablo de esa lonja que Francesc Folguera concibió en los jardines de la Senya Blanca, la vivienda actual de Josep Ensesa. En una de las ventanas góticas que decoran su fachada aún puede observarse la huella bélica de un obús de la guerra de Franco que salió, eso me aseguran, de los cañones del temido crucero Canarias. Aquel obús sólo respetó el cuadro Les banyistes d’es Llaner ,de Salvador Dalí. Pero dejemos las guerras y volvamos a la lonja de los jardines de Senya Blanca, escenario de muchas películas y anuncios publicitar­ios. Es Cristina Esteban quien me enseña esa lonja, que es de planta rectangula­r y tiene siete arcadas de medio punto sostenidas por columnas jónicas. Intuyo que ese escenario, en la noche estival y con la ayuda de una luna generosa, es el adecuado para brindar por la vida. O para ver amanecer, que aún es mejor momento para valorar la vida. Pero eso se entiende mucho más tarde. Yo no brindo por la vida en esa lonja sino en el restaurant­e de La Gavina, el Candleligh­t, que es donde demuestra su mucho talento el cocinero francés Romain Fornell. El pianista toca en estos momentos una canción de Elvis Presley, yo hablo de Venezuela e Italia con Alberto Depau y Carles Puigdemont parece responder a casi todo lo que le preguntan los hermanos Ensesa.

Luego, bajo una gran morera y sin mosquitos, la noche está siendo tan civilizada que, durante unos minutos, temo que la alborote la extroverti­da presencia del expresiden­te del Barça Joan Laporta, que tiene casa en s’Agaró y es amigo de Puigdemont y de Josep Ensesa. O sea, que la noche estival y civilizada me permite compartir un buen gin tonic con los hermanos Ensesa, que son cuatro. Júlia son las flores, los nervios y el entusiasmo. Sobre todo cuando recuerda a dos huéspedes destacados: el actor Sean Connery y el ministro inglés Selwyn Lloyd, que casi llegó a formar parte de la familia Ensesa. Virginia es la que a veces se pone seria cuando alguien insiste demasiado en el pasado, por ejemplo, en la guapa Ava Gardner o el gordo Orson Welles. Y Carina, que sabe de olivos jienenses y poetas franceses, es quien sabe contar mejor aquellos Reyes Magos de entonces, que en la noche mágica entraban en La Gavina por una de las ventanas de la habitación 119. El hermano, Josep, es un hombre alto, que cuando pierde la timidez aún parece más alto.

La ironía, la empatía, esos bienes tan escasos, los pone Luis Batista. Y eso, en estos nuevos tiempos grises y divididos por culpa de la política, se agradece mucho. Que no nos toquen los obituarios, Luis.

duque de windsor “De Eduardo, que fue huésped de La Gavina y puso de moda el pantalón bombacho, a la influencia del presidente Putin”

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JOSEP GUITART El president Puigdemont y su esposa (a la izquierda) posan junto a los hermanos Ensesa
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