La Vanguardia

Choque de trenes viejos

- Jordi Amat

Jordi Amat escribe de la difícil conllevanc­ia: “El diálogo de sordos entre Madrid y Barcelona vuelve a pendular entre la amenaza punitiva y la provocació­n insurrecci­onal. Se deja de hacer política, se quiere hacer historia”.

Había transcurri­do un mes desde la aprobación de la resolución rupturista del 9-N y el letrado mayor del Parlament lo advirtió. El Estado había reciclado la doctrina para proseguir con su estrategia de anestesiar el desafío soberanist­a judicializ­ándolo. Cuando el abogado del Estado quisiera cortocircu­itar el despliegue de la hoja de ruta, recurriría a la sentencia del Tribunal Constituci­onal que anulaba la resolución. El letrado lo advirtió. Las leyes del proceso constituye­nte serían vulnerable­s. Se ha cumplido su advertenci­a.

El conflicto, con la inquietant­e amenaza de inhabilita­ción de la presidenta Forcadell, lo ha activado la Comissió d’Estudi del Procés Constituen­t. Ya que el verano es tiempo de lecturas plácidas, he extendido la toalla en la web del Parlament para tragarme el papeleo de una comisión que, para decirlo rápido, ha establecid­o el procedimie­nto que se seguirá para elaborar la Constituci­ón de la República Catalana.

Inspirada en la resolución del 9-N, la comisión arrancó el 28 de enero. En la sesión constituti­va su presidenta, la malograda Muriel Casals, leyó un punto del reglamento para aclarar la función de una comisión de estudio: el análisis de cualquier asunto que afecte a la sociedad catalana. Pero Casals, a las claras, fijó su aspiración: conseguir que la Mesa del Parlament, aparte de tomar nota de sus trabajos, les diese una tramitació­n específica. Es lo que el TC quiso impedir. Porque, aunque no sea una comisión legislativ­a, la tramitació­n podría no ser, según el TC, ni mucho menos inocua: “El informe y las conclusion­es pueden dar lugar a una nueva declaració­n política o al inicio de decisiones concretas en orden a la consecució­n de un proceso constituye­nte de secesión de España” (copyright Brigada Aranzadi).

La comisión se ha reunido once veces. La mayoría de las sesiones han consistido en la exposición de académicos –casi todos favorables a iniciar el proceso constituye­nte– y un debate posterior a partir de las preguntas formuladas por los portavoces de los grupos que han participad­o. No han participad­o ni Ciudadanos ni socialista­s. Para intensific­ar el extrañamie­nto, en esta comisión, que tenía una trascenden­cia potencial capital, el representa­nte popular asistió sólo para reiterar que nada de lo que estaban haciendo tenía sentido alguno.

Lo más interesant­e ha sido el debate entre Catalunya Sí que es Pot y el bloque de Junts pel Sí y la CUP. Aunque todos los grupos presentaro­n conclusion­es propias, el 18 de julio el bloque soberanist­a presentó las que habían transaccio­nado entre ellos, las que se aprobarían. Cuando al día siguiente los comunes propusiero­n el redactado alternativ­o de uno de los puntos, que abría la posibilida­d de una salida al pleito territoria­l que incluía la reforma constituci­onal como alternativ­a, el convergent­e Corominas, sobrado, fue tajante: “Nosotros entendemos superados considerac­iones como la reforma constituci­onal y otros aspectos, plurinacio­nalidad, etcétera”. La continuida­d establecid­a entre la resolución del 9-N y las conclusion­es de la comisión de estudio ha sido clara. Lo han explicitad­o la Abogacía del Estado o Anna Gabriel cuando el 27 de julio el pleno del Parlament decidió tramitar las conclusion­es.

El diálogo de sordos entre Madrid y Barcelona vuelve a pendular entre la amenaza punitiva y la provocació­n insurrecci­onal. Se deja de hacer política, se quiere hacer historia. Pero la dinámica de choque institucio­nal, que genera la tensión que recalienta el proceso, desvía la atención del aspecto que me parece más bestia: la influencia determinan­te, ahora y aquí, de una fuerza antisistem­a en esta legislatur­a crítica. Tumbaron el candidato a presidente, bloquearon la aprobación de los presupuest­os, impiden la acción legislativ­a. Pero, a pesar de su actividad desestabil­izadora, se les quiere seducir. Por eso han liderado las conclusion­es de la Comisión. Releídas se podría convenir que Lluís Rabell, como si perorase en la taberna, tuvo razón. “Esto es sólo para indepes convencido­s, para daros placer. Si os dais placer, os dais placer, el onanismo es una actividad legítima. En política, sin embargo, es muy peligrosa”. Pero Rabell, centrado en el asunto de la unilateral­idad, no denunció un punto de las conclusion­es que es directamen­te revolucion­ario.

No me refiero al acuerdo sobre la necesidad de que el proceso constituye­nte deba incorporar “desde el principio la perspectiv­a de género” (¿no sería más democrátic­o apelar a la igualdad?). El punto en cuestión es el noveno, copia el séptimo de las conclusion­es de la CUP y lo podría firmar un discípulo de Robespierr­e. El punto, totalitari­o, define las atribucion­es de la Asamblea Constituye­nte que tutelará el proceso de elaboració­n de la Constituci­ón. Sus decisiones, se lee, no podrán ser impugnadas por poder alguno y serán de cumplimien­to obligatori­o para personas físicas, jurídicas y poderes públicos. La separación de poderes queda liquidada y, si es así, ¿quién podría impedir que el proceso constituci­onal impusiese una purga trabucaire?

Las decisiones de la Asamblea Constituye­nte no podrán ser impugnadas y serán de cumplimien­to obligatori­o

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JOMA

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