La Vanguardia

Rajoy no podía dejar solo otra vez al Rey

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Mariano Rajoy no es el Rey, pero quiere seguir mandando en el tablero, después de haber perdido tres millones de votos y 49 diputados en cuatro años y medio. En enero –cuando las pérdidas eran de 3,6 millones de votos y 63 diputados– tuvo un momento de seria tensión con el Rey. Un episodio que ayuda a explicar el momento actual.

Felipe VI le ofreció el encargo y Rajoy declinó la propuesta, argumentan­do que no disponía de los números necesarios para la investidur­a. No quería ser derrotado en el Congreso. Esa escena suponía su muerte política. La renuncia del líder del PP dejaba al país en una extraña situación de limbo político, si no surgía otro candidato y no se ponía en marcha el mecanismo constituci­onal.

Rajoy deseaba ese limbo. El grupo dirigente del PP apostaba claramente por la repetición de las elecciones y desde la Moncloa se habían comenzado a estudiar fórmulas inéditas para una rápida disolución del Parlamento, previa intervenci­ón del Consejo de

Estado. La Brigada Aranzadi preparaba el atajo.

El Rey no quería ese atajo, que podía poner en duda la neutralida­d política de la Corona. Cuando vio levantada la mano de Pedro Sánchez, ofreció el encargo al líder socialista, pese a que este tampoco tenía los números claros. La prioridad de la Zarzuela era poner en marcha el reloj constituci­onal. Rajoy y la plana mayor del PP se lo tomaron mal. Durante unas semanas, muy mal.

Se repitieron las elecciones –sin atajo– y el Partido Popular recuperó 14 diputados. Esta vez Rajoy no podía declinar el encargo del Rey. En julio no se podía repetir la escena de enero. Aceptó la propuesta y envolvió la candidatur­a con tinta de calamar, dejando entrever que podía no acudir al Congreso si no le salían los números. Esa ambigüedad no gustó a nadie y fue muy criticada.

Rajoy no podía evadirse... y Ciudadanos, partido atractivo para el centrodere­cha joven, tampoco. El día 30 de agosto, Rajoy subirá a la tribuna del Congreso con una plataforma de 170 diputados y probableme­nte perderá. No es lo mismo ser derrotado con 170 que con 123. A partir de aquí, el PP confía en las elecciones del día 25 de septiembre en Galicia y el País Vasco, con la animación escénica

del nuevo curso catalán, que viene fuerte. En Génova creen factible una victoria contundent­e de los suyos en Galicia y que el PNV acabe necesitand­o los votos del PP en el Parlamento vasco. Un PSOE demediado por otro mal resultado electoral tendría que entregar la abstención en octubre. Ese es el cálculo.

En invierno, Rajoy estuvo a punto de morir congelado. El otoño se lo va a jugar en Galicia.

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