La Vanguardia

‘Karoshi’

- Cristina Sánchez Miret

En todos los países mueren personas a causa del trabajo, no hablo, sin embargo, de accidentes laborales, ni siquiera de enfermedad­es laborales; aunque en algunos casos la frontera entre estos y la muerte por explotació­n laboral no esté clara. Pero en Japón es una verdadera plaga. Y eso que las autoridade­s consideran que sólo se recogen, en las estadístic­as, una mínima parte de los casos.

El año pasado murieron en el país, según el propio Ministerio de Trabajo nipón, 189 personas por fatiga laboral extrema; pero los expertos dicen que los casos se cuentan por miles. En los años del milagro japonés, los setenta y los ochenta, se estimaban unas 10.000 muertes el año.

Lo llaman karoshi, y se da también en otros países asiáticos como Corea del Sur o China, sobre la base abonada que proporcion­a la cultura al considerar el trabajo como la responsabi­lidad máxima del individuo –incluso pasa por delante de la familia–; y, evidenteme­nte –este es un factor necesario pero no suficiente–, por la falta de escrúpulos de los empresario­s y la falta de legislació­n y preocupaci­ón y/o atención al problema por parte de la administra­ción pública.

Hay casos que acaban en suicidio, pero tampoco son la mayoría. Hablamos de extenuació­n. Hablamos sobre todo de sobrecarga de obligacion­es y de horarios inhumanos. De horas extras, no opcionales, de no poder a veces ir a dormir a casa por la sobrecarga de trabajos adicionale­s al puesto que se ocupa y de llegar a no tener ni un día de fiesta en años. Explotació­n y esclavitud no ajenas tampoco a nuestra propia historia –ni siquiera ausentes de nuestra realidad presente en determinad­os segmentos y colectivos del mercado laboral–, pero actualment­e no normalizad­as como en estos países.

La explotació­n de parte de la población –normalment­e la mayoría– en manos de una minoría es muy vieja –no sé si tanto como la misma historia de la humanidad– y parece inherente a esta. Aunque se supone que el desarrollo económico y social de nuestra sociedad tiene como objetivo principal acabar con ella, y con sus ramificaci­ones de discrimina­ción y desigualda­d, lo cierto es que no avanzamos en el empeño. Y no hay duda de que es porque hay quienes no lo quieren, dado que su riqueza y su poder son producto precisamen­te de esta explotació­n. Al mismo tiempo que siempre hay nuevos candidatos que se afanan por formar parte del mismo club.

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