La nueva Rambla de Barcelona
El paseo ajardinado sobre el cajón ferroviario de Sants recibe el visto bueno de los primeros vecinos que lo visitan y apunta a convertirse en un nuevo espacio de referencia en la ciudad
Un ciclista recorre el jardín sobre el cajón ferroviario de Sants mientras silba una canción en italiano y graba el recorrido con el móvil. Cuando llega al punto en el que el olor de la lavanda impregna a todos los paseantes grita: ¡Qué hermoso!
Sigue avanzando y se encuentra a unos niños jugando en una zona de ejercicios para personas mayores y a unos ancianos tratando de entender los juegos infantiles modernos.
El ciclista se pierde a gran velocidad entre los centenares de paseantes que descubren la nueva Rambla de Barcelona. Setecientos sesenta metros lineales elevados sobre las vías del tren que en el día de su estreno reciben el visto bueno de los visitantes. El principal temor que expresan los vecinos es el habitual en los días de inauguraciones. “Mira qué bonito ha quedado, pero a ver si no lo destrozan y se mantiene bien cuidado”, sería el resumen de las diferentes opiniones recogidas a la sombra de las pérgolas fotovoltaicas que protegen del sol.
El hormigueo incesante en el jardín crecido sobre el hormigón es observado por dos vecinas del quinto piso de un bloque de Antoni Capmany. Hace quince años si salían al balcón veían una playa de ocho vías. No parecen disgustadas como sí que lo están los vecinos del número 122, en el lado mar. Sus pisos han quedado totalmente expuestos a la mirada indiscreta de los curiosos. Cuelgan del balcón un cartel que reza: “Empieza el espectáculo, ¿dónde está nuestra intimidad?”. Un paseante le hace fotos a un inquilino que extiende una pancarta con la que da la bienvenida a un “Gran Hermano 24 horas”, pero el propietario del piso no quiere salir retratado y le pide, por favor, un poco de respeto. Se enzarzan en una discusión absurda desde sus respectivas posiciones. La situación no va más allá de un par de insultos, pero si quisieran podrían llegar a las manos –o dársela en son de paz– sin necesidad de bajar a la calle.
Alfredo Martínez, presidente de la asociación de vecinos de Badal, se muestra entusiasmado por poder pasear sobre unas vías que durante tantos años han dividido el barrio. Pero esto no acaba aquí. “Ahora empieza la batalla de la tercera fase de las obras”, dice, dispuesto a dar guerra junto a las otras asociaciones de vecinos de la zona para conseguir un acceso más al jardín. Tendrán que hacerse escuchar porque, según la teniente de alcalde Janet Sanz, durante este mandato se empezará a definir el proyecto, pero no será hasta el 2019 como mínimo cuando se dedicará una partida económica para hacerlo realidad.
Mientras tanto, el popular Alberto Fernández se hace una foto delante de Can Vies para reclamar su derribo. “Es un icono de los okupas y de la violencia de los antisistema que evidencia la permisividad municipal con estos colectivos”, dice el líder del PP. Dos minutos después, una pareja de turistas se hace una selfie frente al mural de la casa okupa. Reconocen que no tienen ni idea de qué es, no sale en las guías de viaje, pero parece ser que luce la mar de bien en Instagram.
Los vecinos presionan para que se inicie la tercera fase de obras, pero el gobierno lo deja para el próximo mandato