La Vanguardia

Aquí vivía un bohemio

- JOAQUÍN LUNA

Las terrazas urbanas de Barcelona son de todo menos burguesas. Si fueran burguesas, los camareros serían venerables, las almejas de Carril y la clientela se sentaría para ver y ser vista, un vicio muy del gusto de la burguesía de Barcelona.

A falta de terrazas con enjundia y de posibles –las terrazas de Barcelona son low cost, de proximidad y muy fumadoras–, la del Ocaña es la mar de distraída, pero que no se le ocurra a ningún lector ir para que le vean: ni Dios reconoce a un barcelonés en una terraza de la plaza Reial. –Why Ocaña? Alguna turista de paso y curiosa –pocas– pregunta quién o qué es Ocaña. A uno le entran ganas de fabular:

–Un ciclista maldito, “el español de Mont de Marsan”.

Y es que tenemos turistas a patadas, pero poco curiosos más allá de Gaudí o las dichosas tapas y tanto les da que les hables de Luis Ocaña, dolorido en la cuneta del col de Menté como del andaluz José Pérez Ocaña, nuestro Ocaña, “no soy un travesti, soy un teatro y mi escenario son las Ramblas” que desplegó –y que nadie se ofenda– aquella mariconerí­a tan bohemia, libre y arrebatada de la transición.

La terraza del bar Ocaña es amplia, ambiciosa y tiene unas sillas metálicas tirando a incómodas que hacen de butaca de platea mullida de la plaza Real.

Es un local con doble vida: puede parecer Eurodisney de día y tira a mirador canalla de noche. Canalla pero sostenible, saludable y solidario –yo tampoco sé lo que quiere decir– porque a eso de la una y veinte de la mañana el camarero ya te advierte que van a cerrar en minutos, pese a que la terraza suele estar llena en verano. Tiene guasa, José Pérez Ocaña: hay que respetar el descanso de los vecinos de la plaza Reial, gente muy madrugador­a.

Hasta que no te echan las ordenanzas, una mesa en la terraza del Ocaña es un espectácul­o: el mundo al alcance de los barcelones­es. Desfila la juventud anglófona con todas sus contradicc­iones y a la vista del espectácul­o uno no se atreve a repetir el mantra de que son la generación mejor preparada de la historia de la humanidad pero sí piensa que son la generación más desinhibid­a, parrandera y promiscua de la historia –promiscuid­ad geográfica, es decir– aunque haya mucho mercader que anima la fiesta.

Hay otras terrazas de la plaza –en cuanto a copas, todo es ocho que ochenta– pero el nombre de Ocaña tira mucho a quienes buscan en esta Barcelona del turismo mogollón un santo laico al que encomendar­se para que la noche traiga sorpresas.

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LAURA GUERRERO
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