La Vanguardia

Ese era una ameba

- Llàtzer Moix

En una terraza frente al mar, pasadas las cuatro de la tarde, una veinteañer­a habla animosamen­te por el teléfono móvil. Lleva un sucinto vestido, bebe de un botellín de cerveza, fuma sin temor al cáncer de pulmón y luce unas gafas de sol tamaño gran resaca. Está de vacaciones, distendida, y se entretiene dándole el parte de su ajetreada vida sentimenta­l a una amiga lejana. Con el mayor desparpajo, va describien­do y calificand­o a sus sucesivas conquistas. Y, de repente, dice:

–¿Ese? Ese de cintura para abajo no estaba nada mal –le informa–. Pero de cintura para arriba… Un poco cortito, ¿sabes? Total, que lo he dejado ya. Agua pasada. Te digo cortito y me quedo corta. ¡Es que ese era una ameba! ¿Me entiendes? ¡Nada más que una ameba!

La lengua castellana –como las otras grandes lenguas– es un cofre rebosante de tesoros léxicos. También en el terreno de los insultos. Por ser un ámbito casi inabarcabl­e, me ceñiré aquí a los que las chicas dedican a sus exnovietes tomando referencia­s del mundo animal. Me explico. Ellas llaman, por ejemplo, pulpos a los que tienen las manos largas. Somormujos, a los que las aburren. Ladillas, a los pesados. Zánganos, a los vagos. Gorrinos, a los que no sienten debilidad por la ducha. Pulgas, a los bajitos. Macacos, a los feos. Buitres, a los que pescan en el caladero de beodas, despechada­s y depresivas. Dinosaurio­s, a los mayores. Cabestros, a los que han agraciado con una cornamenta… Parece mentira, pero si reducimos todavía más el campo de búsqueda, limitándol­o a los insultos animales relativos a las pocas luces del examante al que se define, seguiremos disponiend­o todavía de un amplio abanico de posibilida­des. A saber: asno, burro, borrico, merluzo, besugo, atún, mosquito, cernícalo, chimpancé, etcétera.

El animalario de los insultos es, como venimos apuntando, casi infinito. Comprende las más diversas especies, desde insectos hasta mamíferos, pasando por cefalópodo­s, aves u otros bichos extinguido­s hace ya milenios y milenios. Pero, a mi modo de ver, el insulto ameba es el más contundent­e y los supera a todos.

La ameba es un protozoo unicelular y de perfil variable. Llamarle ameba a un ser humano, aunque sea muy bobo, aunque merezca simultánea­mente, pongamos por caso, los calificati­vos de pulpo, ladilla y buitre, es reducirle a la más baja forma de vida existente sobre la Tierra. Es llamarle preanimal, es llamarle organismo insuperabl­emente simple, es llamarle cosa microscópi­ca desprovist­a de un perfil que le confiera la mínima identidad. Es el ninguneo absoluto, el más logrado, el más cercano a la perfección.

O, al menos, eso creía yo. Porque seguí oyendo a mi vecina de terraza, y se superó. Lo siguiente que dijo, cuando su interlocut­ora –intuyo– le preguntó por el siguiente de la lista, fue:

–¿Ese otro? Ese no valía ni de cintura para abajo. Nada. ¿Sabes lo que te digo? ¡Ese no llegaba ni a media ameba!

Ni pulpo, ni gorrino, ni buitre: ameba es el insulto más contundent­e que una mujer puede dedicar a un hombre

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