La Vanguardia

La ‘celebrity’ de las camelias

Pocos mitos tienen una fuente de inspiració­n tan evidente como la dama de las camelias. Dumas se basó en la prostituta de lujo Marie Duplessis, a la que inventó un final romántico

- MIQUEL MOLINA Baden Baden

El turista literario que quiera recorrer el París de Marie Duplessis, la auténtica dama de

las camelias, tiene mucho donde elegir. La mujer real en la que se basó Dumas para componer su Marguerite Gautier, aunque nació en Normandía, pasó en París sus años de gloria en la década de los 40 del siglo XIX. Pero es en la ciudad alemana de Baden Baden donde, alejada de sociedad parisina, encontramo­s a la Marie más auténtica. Volveremos sobre ella.

Nunca fue un misterio que esta chica normanda fue la inspirador­a de la Marguerite Gautier de la novela y de la Violeta de La Traviata. De hecho, La dama de las camelias se publicó un año después de su muerte y fue recibida como el reportaje definitivo sobre una celebrity de la que todos habían oído hablar pero a la que muy pocos trataron en vida. Aunque no fue hasta 2013, al publicar Julie Kavanagh su biografía (The girl who loved

camelias, Vintage Books), cuando supimos hasta qué punto había sido la literatura injusta con el personaje real.

¿Por qué injusta? Porque al eliminar las aristas y al suavizar la mundana condición de Marie Duplessis se oculta también el que fue uno de sus rasgos diferencia­les: una aguda inteligenc­ia y una amplia cultura que adquirió por su cuenta y riesgo, y no porque un acaudalado parisino la convirtier­a en su pretty woman. Según el apasionant­e relato de Kavanagh, Duplessis fue capaz de crear su propio salón en el que se reunían poetas, músicos o novelistas (como el propio Dumas hijo, que sería durante un tiempo su cliente/amante). Sus lecturas, su afición al teatro y todo lo que supo absorber de tan cultivadas compañías le darían una sólida formación cultural que se pondría a prueba en el que es el momento culminante de su biografía: su encuentro con Franz Liszt.

Había enfermado ya la joven de tuberculos­is cuando, en la casa de un crítico teatral, conoció al músico de quien todo el mundo hablaba. Esto sucedía en 1844, cuando Marie tenía veinte años. A Liszt, con 33, nos lo describe la biógrafa como “un ídolo romántico con larga cabellera y el carisma de una estrella de rock de los sesenta”. Se cuenta que en alguna ocasión lanzó sus guantes al público provocando un tumulto entre las fans.

Marie, que en el ejercicio de la prostituci­ón había tenido que vérselas con toda suerte de indeseable­s, se enamoró del guapo Liszt hasta el punto de ofrecerse para acompañarl­e en su inminente gira y para retirarse con él en Weimar, donde el músico pensaba establecer­se.

Al parecer, fue esta perspectiv­a la que motivó que Liszt pusiera tierra de por media tras tres meses de apasionada relación. Temía que la cerrada sociedad de Weimar fuera menos tolerante que la parisina con su atípica relación y que esto afectara a su carrera. Pero la prueba de lo mucho que caló Marie en el artista fue la admisión por parte de este de que el sentido poético de ella había influido en su obra. Liszt lamentaría como nadie la noticia de la muerte de Duplessis, en 1847. Comentó a sus allegados que siempre se culparía por no haber cumplido la promesa de viajar con ella a Constantin­opla.

A Dumas hijo le importó bien poco que Marie Duplessis fuera una persona culta; tal vez fue incapaz de averiguarl­o. Pero sí empleó todo su talento en convertirl­a en el máximo exponente (pasivo) del ideal romántico. Con una excelente visión comercial.

Dumas, al dibujar su personaje, evitó recrear la sordidez de la actividad de prostituta de Marie y le dio un giro inesperado a su vida. La clave del éxito inmediato de La dama de

las camelias fue la aceptación por parte de Marguerite Gautier del ruego que le hace el padre de su amante, Armand, para que se aleje de su hijo y no ponga así en riesgo la honorabili­dad de la familia.

Esta renuncia romántica, que enloqueció a las audiencias de la época, es tal vez el motivo de que La dama de las

camelias cayera con los años en el olvido. ¿Qué personaje de hoy en día se sometería a un sacrificio tan gratuito como estúpido? Pervive La Traviata pero, como advierte Kavanagh, más por la música de Verdi que por su libreto.

Marie Duplessis nunca hubiera aceptado semejante disparate. Murió con sólo 23 años y el deseo intacto de vivir.

De su sentido práctico, tan alejado de la visión edulcorada que ofrece Dumas, da fe su vivencia de Baden Baden, ciudad balnearia en la que Duplessis daba rienda suelta a su ludopatía y a otros placeres sociales. Su primer viaje allí no lo hizo para languidece­r de tuberculos­is (como Gautier en la Bagneres de la novela), sino para divertirse y ganar dinero. Fue en su célebre paseo donde conoció al conde Von Stackelber­g, un infame octogenari­o que en la ficción convence a Marie para que le ayude a superar, con su casta compañía, la añoranza por su hija muerta, con la que al parecer guardaba un gran parecido. Sabemos por su biógrafa que el ofrecimien­to existió y que Marie lo aceptó, aunque sabía perfectame­nte que al conde, que por edad podía ser su abuelo o su bisabuelo, sólo le obsesionab­a acostarse con ella. En definitiva, si no hubiera tenido a Stackelber­g por cliente, nunca habría podido costearse su lujoso entresuelo del Boulevard de la Madeleine.

¿Y las célebres camelias? Eran la flor de moda en París, todo un símbolo de estatus entre las mujeres. En este sentido, todas eran damas de las camelias. Eso sí, a Marie Duplessis le convenían más que a nadie: por ser poco aromáticas, no agravaban sus problemas respirator­ios.

El personaje literario no hace justicia a la Marie culta e inteligent­e que influyó en la obra del mismísimo Liszt

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ORIOL MALET

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