Madera de clásica
Ya desde la primera nota de la brevísima Romeo, que abre el agradablemente sorprendente Black Terry Cat, un ritmo sintético y sincopado avisa sobre una de las sendas sonoras por las que transita la cantante y música de Brooklyn aunque natural de Connecticut y con burbujeante sangre cubana y portorriqueña por sus venas. Y eso, añadido con unas composiciones y una producción que enganchan sin remisión, se materializa en una mezcla fascinante de r’n’b, jazz, neopunk y hip-hop.
Obra de veloz madurez, con el r’n’b como raíz de una propuesta que se diversifica por esas otras sonoridades, que permite ya asegurar que en Rubinos se percibe el aroma de una intérprete que más pronto que tarde se convertirá en una clásica. De hecho, cuando comenzó a ser valorada con atención hace unas tres temporadas, era habitual que se la ubicase a medio camino entre Björk y Celia Cruz, por ejemplo. Ahora esa percepción parece fuera de lugar, aunque la referencia a la gloriosa intérprete islandesa es certera en términos de fiereza; en lo estrictamente musical, Rubinos abreva de la Beyoncé que acaba de firmar Lemonade, de la Esperanza Spalding de su última etapa, más desbravada y funky, y, por supuesto, de la Erykah Badu más desafiante cuando esculpe su visceral neosoul. El círculo de la excelencia nada acomodaticia que caracteriza este volumen se cierra con el planteamiento temático y lírico de sus composiciones, que gravitan, especialmente, sobre su condición de latina y de color.