Isabel Martínez
Muchos jóvenes trabajan sin cobrar en proyectos sociales en verano
JOVEN VOLUNTARIA
Esta estudiante universitaria de 20 años forma parte de los miles de jóvenes catalanes que ayudan a los demás de forma desinteresada. Martínez ha pasado tres semanas de verano en unas colonias de Amics de la Gent Gran
Debido a un grave accidente de tráfico ocurrido este mes de agosto, dos adolescentes ingresaron en el hospital de Sant Joan de Déu. Debían curarse de sus heridas antes de regresar a Alemania, su país. Fue muy oportuno que uno de los chavales voluntarios hablara alemán no sólo para traducir algunas de las explicaciones de los médicos –se entendían en francés–, sino porque los chicos estaban solos: en el fatídico accidente habían perdido a sus padres.
La compañía que proporcionó el joven, en este caso tan excepcional, fue necesaria y útil. Se apuntó al voluntariado con entera disponibilidad y abierto a lo que se necesitara: ocuparse de los niños cuando sus padres están fuera, jugar con los pacientes, ayudarles en tareas básicas... De repente con el ingreso en urgencias, su presencia se volvió muy importante por el hecho de tener una edad similar a los pacientes, hablar alemán y por su cualidad de saber escuchar. Al marcharse a Suiza, donde estudia, dijo que había sido el mejor voluntariado que había hecho en los últimos veranos.
Necesarios y útiles, así se sienten los jóvenes que se apuntan a los programas de voluntariado social durante el verano. Mayormente son estudiantes que, durante su tiempo libre, se comprometen a ayudar a algún colectivo desfavorecido, como los enfermos hospitalizados, o en instituciones que tratan con la pobreza, la infancia, la discapacidad, la vejez, la inmigración o la privación de libertad. Miles de adolescentes y jóvenes entregan parte de su tiempo en verano a cambio de nada material lo que a veces causa, según dicen, cierta perplejidad a su alrededor: “No cobras nada?”.
“Ya viene el aire fresco del verano”, se dicen a principios de julio los médicos y enfermeras de Sant Joan de Déu cuando ven pasar a los jóvenes voluntarios hacia sus tareas de acompañamiento de enfermos, estar en la sala de juegos o sustituir a los padres si estos deben ausentarse. Algunos médicos les demandan peticiones singulares, como la de acompañar al cine a algún paciente de larga estancia.
“El verano es largo, da para trabajar y para irte de vacaciones”, afirma Sara Hervás (21 años), estudiante de Psicología, voluntaria tres mañanas a la semana del mes de agosto, en el hospital pediátrico. Tina Parayre, directora del programa de voluntariado, indica que, a pesar del compromiso que significa en tiempo y duración, y, a pesar de tener que pasar un plan de formación intenso, hay overbooking. “Este verano calculamos una necesidad de 50 plazas y hubo que decir que no a otros tantos”.
Además del sanitario, existen otras áreas de voluntariado como el cultural o el medioambiental pero quizás es el ámbito social, por tratarse de un área en la que se ve como la acción propia mejora la vida de otra persona, en el que los jóvenes experimentan más plenamente la experiencia de la utilidad que el cirujano Moisès Broggi tan bien describió en sus conversaciones sobre el sentido de la vida con Teresa Pou (La necessitat de ser útil, Edicions 62).
Las fundaciones dedicadas a la infancia como Pere Tarrés (3.500 monitores) y Fundesplai (1.400 voluntarios) o las agrupaciones de escoltisme catalán recogen el fruto de su obra: “Cuando era niño el esplai era mi segunda casa, por eso, y por todo lo que me aporta de responsabilidad, creatividad, espontaneidad, y por encima de todo, por toda la alegría que veo en los niños, soy ahora monitor”, afirma Erik Ortega (24) años, estudiante de Arquitectura en la UPC y director del esplai El Roser, de Cerdanyola, de la Fundació Pere Tarrés.
“La sonrisa de los niños es la moneda que recibes a cambio de tu trabajo”, concluye María Ferrer (24 años) desde el casal infantil El Raconet de Cervelló que dirige desde los 18 años, es voluntaria
“Ya viene el aire fresco del verano”, se dicen en julio los médicos y enfermeras de Sant Joan de Déu
“Me río mucho con la gente mayor”, afirma Isabel Martínez, de 20 años, que va de colonias con ancianos
desde los 15 y usuaria desde los 3. “Muchos niños no podrían ir a ningún sitio sin movimientos como el de Fundesplai y todos los chavales tienen derecho a disfrutar y aprender de la experiencia”. María se esmera para que la organización y la cohesión del equipo de monitores voluntarios sea impecable. “Las jornadas son intensas, el verano largo; es importante motivar al voluntario no solo para que venga al día siguiente sino para que siga viniendo con toda su energía”.
El 50% de los niños de El Raconet tiene una beca gracias a la que disfruta de los juegos, de las salidas y el avituallamiento. “Unos padres lloraban el otro día. Saber que tú formas parte de eso, que gracias a tu esfuerzo, al de todos, se ha conseguido, no se te olvida”. María estudia un postgrado en Didáctica y Dirección de Ocio.
“Me río mucho con la gente mayor”, explica Isabel Martínez (20 años) que se ha alistado a los voluntarios de Amics de la Gent Gran. Esta asociación cuida de los ancianos solos durante todo el año y, en verano, les ofrece la posibilidad de pasar una semana en una casa de colonias. Para muchos es la única salida que hacen fuera de la ciudad, que les permite relacionarse con otras personas.
Con el de la próxima semana, Isabel habrá hecho tres turnos de una semana cada uno. Habla con afecto de los ancianos que la llaman “ángel”. “Vicenta tiene una mente lúcida pero un cuerpo ya delicado. Aunque trata de ser autónoma en lo que puede, hay que ayudarla a desplazarse. Y dice: ‘Hija, qué cobarde que soy que no me atrevo a levantarme’. ‘Pero, Vicenta –le decimos los voluntarios–, que tienes 103 años...’”. Isabel, cuyos padres también dedican parte de su tiempo a la ayuda desinteresada, estudiará este año terapia ocupacional en Vic. “La gente cree que los ancianos son aburridos, que cuentan siempre lo mismo, que son un estorbo. Yo encuentro que sus historias son fascinantes, te transportan a otras épocas, otros lugares, a la guerra, a sus noviazgos con carabina, al dolor de una separación...”. Como trazos de literatura.
Uno de los jóvenes voluntarios de Sant Joan de Déu, Enrique Cerarols (16 años), lamenta el desconocimiento que hay de estas acciones: “Podrían decir en el cole que existen estas cosas, ¿no?”. Su hermana mayor, Claudia (21), expresa el sentimiento de sus padres, que es de “un orgullo tremendo”.
En el casal El Roser cuelga una frase con la que muchos de estos chicos, los “aire fresco” o los “ángeles”, se identifican: “Un voluntario no cobra, no porque lo que hace no cueste, sino porque lo que hace no tiene precio”.