Violencia miserable
Las injustificables desde cualquier punto de vista agresiones sexuales que sufren muchas, demasiadas, mujeres en España; y el ataque mortal sufrido por un ciudadano polaco en el Reino Unido, que pone de manifiesto la xenofobia que late en el trasfondo del Brexit.
EN España se cometen mil violaciones cada año, según las estadísticas del Ministerio del Interior, entendiendo como tales el uso de la violencia o intimidación contra la libertad sexual de la víctima con penetración. En concreto, el Código Penal establece que la agresión pasará a ser considerada violación “cuando se introduzca algún miembro corporal o externo por alguna de las vías bucal, anal o vaginal”. Los expertos advierten, sin embargo, que sólo se denuncia una de cada seis violaciones y que el fenómeno ha ido en aumento en los últimos años, con lo que la sociedad se enfrenta a un problema que requiere la atención de todos, empezando por los legisladores.
La alarma social que provocaron las cuatro violaciones y decenas de agresiones sexuales denunciadas durante los Sanfermines del pasado julio obligó a las autoridades a tomar precauciones en otras fiestas que convocan a miles de personas, como en la Tomatina de Bunyol, donde se reforzó la presencia policial. Pero la violación es un problema global. La ola de agresiones sexuales de las pasadas Navidades en Colonia, la adolescente violada por varios jóvenes en Veracruz o la adolescente violada por decenas de hombres en una favela de Río de Janeiro son muestras de un rosario de casos que obligan a una reflexión en profundidad para acabar con esa lacra calificada como “cultura de la violación”, en cuanto que problema social y cultural aceptado y generalizado por la concepción de género y sexo. Una cultura que, lejos de desaparecer, va en aumento.
El problema es que el tratamiento social y judicial contra la violación está lejos de tener una consideración global y unánime. Recientemente, y a causa de lo sucedido en Colonia, el Bundestag alemán aprobó la ley conocida como el “No es no”, según la cual la sola negativa al sexo convierte el acto en delito. Parece obvio, pero no lo es. Recordando al escritor y autor teatral suizo Friedrich Dürrenmatt, es triste vivir una época en la que hay que luchar por las cosas evidentes. El lema de “No es no” se ha expandido de forma global porque apunta hacia el nudo del delito de violación. En este sentido, una clave está en la consideración que hace Amnistía Internacional cuando afirma que “el derecho humano a la igualdad y la no discriminación en el disfrute de la integridad física y mental exige que se dé igual peso al consentimiento libre y pleno al contacto sexual por las dos partes o todas las que intervengan en dicho contacto, implique o no dicho contacto la penetración”. La exigencia de consentimiento libre y pleno es fundamental en el tratamiento del problema.
En España, diversas organizaciones que, desde hace varios decenios, luchan contra la violación denuncian el limbo que existe sobre este asunto. Así como las agresiones por motivos de género han ocupado la tarea del legislador, la violación sigue sin acometerse de forma decidida. El propio ministro del Interior admitió recientemente que es necesario establecer un protocolo para luchar contra el fenómeno. Para las organizaciones citadas, es necesario un tratamiento integral del problema con la especialización de los operadores y la coordinación de todas las instituciones implicadas: judiciales, policiales, sanitarias, educativas y de medios de comunicación.
Conviene, por tanto, poner manos a la obra de forma decidida sobre la base del “No es no”por parte de la sociedad y de sus representantes elegidos. La cifra de las mil violaciones por año en España emerge como una señal de alerta dramática de un fenómeno que es preciso resolver.