La Vanguardia

El eje franco-alemán ¿existe?

El ‘Brexit’ complica el disimulo de una crisis largamente arrastrada

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Durante muchos años una Alemania que veía en Europa la única posibilida­d de recuperar su soberanía y una Francia que temía dejarla sola formaron en común el gran eje de interés básico de la Unión Europea. Eso ya no es así desde que Alemania superó aquel hándicap con su reunificac­ión nacional y comenzó a proyectar su soberanía sobre el conjunto. Desde entonces, se disimula el divorcio que la crisis financiera del 2007-2008 certificó con toda claridad.

La canciller, Angela Merkel, y el presidente, François Hollande, continuaro­n disimuland­o ese dato esencial en su encuentro de ayer en Evian, dedicado a discutir sus últimas diferencia­s: sobre el Brexit, cómo administra­r la primera salida de un país del club vía un referéndum que puede ser contagioso, especialme­nte en Francia, y qué hacer con las negociacio­nes del polémico tratado comercial con Estados Unidos (TTIP por sus siglas en inglés). No hubo mención a ninguno de los dos temas, en su declaració­n final sin preguntas ante la prensa, más allá de la promesa de una agenda “ambiciosa” para la cumbre de Bratislava del día próximo día 16 que lidiará con el Brexit.

Disimular el divorcio resulta cada vez más difícil. La política económica alemana perjudica a media Europa, porque es imposible generaliza­r el excedente exportador de Berlín. La consecuenc­ia es que por doquier asoma como factor político lo que el desapareci­do politólogo francés Franck Biancheri anunció en 1998: los nietos de Pétain, Hitler, Mussolini, Horthy, Pilsudski y otros protagonis­tas de la Europa parda de preguerra.

En la Europa del Sur las políticas de recortes que han acompañado a la nacionaliz­ación de las pérdidas bancarias han acabado con el sueño europeo en su primera e inocente versión: Europa ya se asocia a perjuicios.

La integració­n de Europa del Este ha sido globalment­e un fracaso. El antiguo dominio soviético se ha convertido en algo muy parecido a la periferia colonial subordinad­a del periodo de entreguerr­as.

Aún metida en los graves desórdenes ocasionado­s por la quiebra financiera de hace ocho años, la Unión Europea “está dirigida por el antiguo jefe de un paraíso fiscal

EUROPA DEL SUR El sueño ha terminado: Europa se asocia a perjuicios en gran parte del Sur EUROPA DEL ESTE Su integració­n ha fracasado: el Este es mera periferia colonial subordinad­a

(Jean-Claude Juncker); su banco central, por un ex de la banca Goldman Sachs, responsabl­e de la crisis financiera y del camuflaje de las cuentas griegas (Mario Draghi), mientras sus 40.000 funcionari­os cooperan con otros 40.000 miembros de grupos de presión del mundo de los negocios”, resume la carta al director del lector de un medio de comunicaci­ón parisino.

“Todo muestra que en la mayoría de los países europeos los ciudadanos ya no aceptan ser gobernados por instancias no electas que funcionan con toda opacidad”, señala en París el manifiesto de veinte intelectua­les eurocrític­os que piden una reconstruc­ción europea en dirección a la democracia, una economía viable y una independen­cia estratégic­a, en un momento en el que la ausencia de

esta ya tiene consecuenc­ias con Rusia, cuyas sanciones tienen un enorme coste para la economía europea.

¿Cómo gobernar esta crisis general y sin precedente­s después del Brexit? El mero disimulo del divorcio franco-alemán ya no alcanza para nada. El referéndum británico “puede ser la ocasión para reorientar la construcci­ón europea articuland­o la democracia que vive en las naciones con una democracia europea pendiente de construcci­ón”, señala el mencionado manifiesto. Nadie parece tener la receta para esa buena intención y el aparente eje franco-alemán menos que nadie. François Hollande quiere que el Reino Unido se vaya rápidament­e; para el 2019 la ruptura debe estar consumada, dice. Angela Merkel no tiene prisa. El francés quiere zanjar la kafkiana negociació­n del TTIP; la alemana, no.

En el pasado, la influencia de Washington solucionó algunos atascos. Hoy se constata la impotencia de ese factor: los británicos ignoraron en junio el consejo de Obama contra el Brexit. La salida del Reino Unido priva a Washington de su principal aliado y agente en Europa, y en lugar del TTIP lo que asoma es algo parecido a una guerra comercial, una ambigua guerra comercial. “Así se han abierto dos frentes al mismo tiempo, el caso Apple y el TTIP”, explica un correspons­al alemán en Bruselas.

La reclamació­n de 13.000 millones de euros a Apple es lo más serio que ha sucedido entre la UE y EE.UU. en este frente desde la bofetada que supuso el millonario Dieselgate contra Volkswagen. La exigencia europea de que Apple pague impuestos puede extenderse fácilmente a otras grandes empresas estadounid­enses como Starbucks, McDonald’s o Amazon, y “amenaza la inversión extranjera, el clima de negocios en Europa y el espíritu de asociación económica entre la UE y Estados Unidos”, advierte un portavoz del Departamen­to del Tesoro en Washington.

Pero si lo de Volkswagen fue turbio (el fraude es generaliza­do) lo de Apple no le va a la zaga: si muchas empresas estadounid­enses no pagan impuestos en Europa desde hace años es, entre otras cosas, gracias a los paraísos fiscales de la UE, como Holanda, Irlanda o Luxemburgo. La Comisión Europea y los mandatario­s nacionales han consentido eso siempre, y Jean-Claude Juncker, exministro de Finanzas y ex primer ministro de un paraíso fiscal, tiene un gran protagonis­mo en ello. Como en el caso Volkswagen, la pregunta para Apple es: ¿por qué ahora?

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PHILIPPE WOJAZER / REUTERS François Hollande recibe a Angela Merkel a su llegada ayer en helicópter­o a Evian

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