América Latina gira a la derecha
La caída de Dilma Rousseff en Brasil ilustra un cambio impulsado por la recesión económica
La destitución de la progresista Dilma Rousseff como presidenta de Brasil consolida el Gobierno del liberal Michel Temer y reconfigura de manera relevante el mapa político de América Latina. Aunque no haya sido legitimado por las urnas, el cambio brasileño supone la confirmación de que, tras la mayor parte del siglo coloreado de rojo –con muchos matices– los latinoamericanos han comenzado a girar a la derecha al elegir a sus gobernantes.
Cada país de la región es un mundo, tiene sus dinámicas políticas internas y siempre es arriesgado y simplificador trazar paralelismos. Sin embargo, la irrupción del venezolano Hugo Chávez –más radical– y del brasileño Lula da Silva –más moderado– contribuyeron a que el continente estuviera hasta hace pocos años prácticamente controlado por gobiernos de centroizquierda, lo que permitió avanzar en una acción conjunta, más integradora y panamericana, con la aparición de organismos supranacionales como Unasur.
La recesión económica que afecta a toda la región, impactada por la caída de los precios de las materias primas, y el hartazgo de la población con el estilo autoritario de algunos gobiernos –como en el caso del kirchnerismo en Argentina– son algunas de las causas que están llevando a este giro. Los países latinoamericanos expandieron su gasto público y social gracias al viento de cola de las divisas que aportaban las commodities, pero cuando los ciudadanos empiezan a notar los recortes en época de vacas flacas buscan alternativas de gobierno más pragmáticas.
El caso de Brasil no deja de ser paradigmático, pues ejemplifica la maleabilidad de los partidos del continente y sus ideologías. Michel Temer logró dos veces la vicepresidencia del país, acompañando a su ahora archienemiga Rousseff, liderando el PMDB, una formación centroderechista pero coaligada con el centroizquierdista Partido de los Trabajadores (PT). Ahora Temer ya ha anunciado políticas neoliberales para los poco más de dos años de mandato que le restan, como recortes en los planes sociales que fueron la bandera del PT, además de privatizaciones de empresas e infraestructuras públicas y una reforma de las pensiones.
Este año también cambió de color Perú, con la reciente asunción del liberal Pedro Pablo Kuczynski, que llegó a la segunda vuelta contra otra candidata derechista como Keiko Fujimori. Cinco años antes, Ollanta Humala había conseguido la presidencia con propuestas socialdemócratas que luego en su mayoría no aplicó, aunque sí logró reducir la pobreza en ámbitos rurales.
Argentina también cambió en diciembre pasado de gobierno. Mauricio Macri sustituyó a Cristina Fernández, poniendo fin a doce años y medio de populismo kirchnerista.
Dejando de lado la excepcionalidad de México o la extrema volatilidad política de Centroamérica, ocho de los diez grandes países sudamericanos llegaron a tener en el 2011 gobiernos progresistas, simultáneamente. Progresistas en apariencia, o al menos esa fue la intención expresada por los votantes. No fueron nueve porque sólo un año antes el derechista Sebastián Piñera había desalojado del poder en Chile a la Concertación de centroizquierda, aunque la socialista Michelle Bachelet recuperaría el cargo en el 2014. En el 2012, el primer presidente de izquierdas de Paraguay, Fernando Lugo, sería destituido por el Parlamento de manera tan controvertida como Rousseff.
El décimo país, la excepción, es Colombia, nunca gobernado por la izquierda, aunque la actual pacificación y la futura irrupción de las FARC en política podrían cambiar la historia.
INTEGRACIÓN PANAMERICANA Chávez y Lula inspiraron gobiernos de centroizquierda en ocho grandes países TEMER Y ROUSSEFF, JUNTOS Brasil muestra lo maleables que son los partidos del continente y sus ideologías