La Vanguardia

Maneras de morir

- Francesc-Marc Álvaro

Lo que pasó ayer en el Congreso de los Diputados –segunda votación de investidur­a– me provoca una pregunta, que no quiere ser improceden­te: ¿el no de Pedro Sánchez a “dejar gobernar” a Rajoy es una cuestión de principios, de coherencia o de superviven­cia? Supongo que la primera reacción conduce a pensar que el líder del PSOE busca, sobre todo, salvar su trayectori­a. Pero traten de girar la historia: Sánchez parecía políticame­nte muerto pero, después del 20-D, resucitó y posteriorm­ente, tres el 26-J, ha exhibido una notable resistenci­a a las presiones de los que propugnan la continuida­d del PP en el Gobierno. ¿Qué quiere Sánchez? Hipótesis plausible: escoger él su manera de morir. Equivocars­e con sus decisiones y no con las de los otros sería una manera menos dramática de decirlo.

¿Sería suficiente para el PSOE que Rajoy imitara a Artur Mas y diera un paso al lado para evitar, de esta manera, las terceras elecciones? Veo que los rumores que llegan de Madrid apuntan esta posibilida­d pero no parece que el líder popular piense que ha llegado la hora de salir de escena. Está demasiado a gusto en su papel y cuesta imaginar quién podría hacerlo mejor. Si esto fuera teatro, todos los personajes tendrían un dibujo claro, menos el de Sánchez. Rajoy conecta con los que quieren que la vida funcione sin que se note, Iglesias conecta con los que quieren otra vida y Rivera conecta con los que tienden a creer que sin ellos no hay vida posible. En cambio, Sánchez –en una especie de vida artificial– es un personaje que se escapa del guion y por eso es más interesant­e hoy que hace tres meses. De los cuatro, el socialista es el único que evoluciona realmente dentro del relato y es el único que ha desafiado una inercia que lo convertía en más que un figurante y menos que un protagonis­ta.

La transición española se hizo a partir de una agregación de debilidade­s, pero entonces eso era una virtud. Hoy, la debilidad es bloqueo. La debilidad de Sánchez es la debilidad de unos números que salen de una sociedad cada vez más fragmentad­a y más compleja, por eso los votantes socialista­s apoyan a su líder y eso relativiza el peso de unos editoriale­s que piden intensamen­te que el perdedor que se pretendía alternativ­a facilite la llegada al poder del vencedor. Y, por debajo de todo, está la cosa catalana, que durante la transición actuó como acelerador de las reformas y ahora es el miembro fantasma del mutilado, aquella pierna cortada que sigue doliendo cuando llueve. Por eso los vascos han adquirido ahora una densidad escénica que les favorece tanto como les estorba, y por eso Ciudadanos no será nunca aquella bisagra periférica de antaño.

Sánchez ha conseguido –él solito– que esta farsa de tan escaso vuelo adquiera –finalmente– la coloración de las viejas tragedias. Es de agradecer.

Sánchez es un personaje que se escapa del guion y por eso es más interesant­e hoy que hace tres meses

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