El ‘Homo politicus’
El inseparable compañero de aventuras del economista es el Homo oeconomicus, ese ente que somete sus deseos y pasiones al escrutinio de una razón capaz de calcular hasta el tercer decimal el bienestar que le reporta cada manzana que come y cada concierto que escucha. Nuestro ente actúa movido por un solo resorte: llegar al punto más alto de ese bienestar habida cuenta, claro, de los recursos de que dispone. Todos sabemos –los economistas también– que ese ente no existe: es una caricatura demasiado rudimentaria de la persona, y por eso sus andanzas por libros y papeles quedan lejos de nuestra realidad y no nos sirven de gran cosa. Sólo unos pocos maestros del arte de la economía consiguen, incorporando elementos de otras procedencias, traducir esas andanzas en recetas de aplicación práctica. Las vicisitudes sufridas por el contrato único son un ejemplo de las dificultades que encuentran las ideas del economista para abrirse camino en política.
Es extraño que en el curso de la larga vida del Homo oeconomicus no haya nacido otra caricatura, esta sí mucho más próxima a la realidad cotidiana: el Homo politicus. Como a su pariente, al Homo politicus lo mueve un solo objetivo: llegar al punto más alto de una escalera cuyos peldaños se miden no en términos de bienestar –menos aún de bienestar general– sino en número de votos. Él se ve limitado no tanto por los recursos a su disposición –porque los límites legales a su financiación son muy permeables– como por el cuidado que ha de tener en no morir a manos de sus correligionarios. El Homo politicus es tan calculador como el otro: sabe, o cree saber, a qué estímulos responden sus electores, cuántos votos le reportarán cada una de sus palabras, cada uno de sus actos. Pero un abismo separa ambas caricaturas: a diferencia del Homo oeconomicus ,el politicus sabe que sus electores son racionales sólo a ratos. Piensan con la cabeza, sí, pero también con otras partes del cuerpo: con el corazón, con el estómago y hasta con los pies. Ese saber le permite proponer cosas contradictorias entre sí, otras que un poco de reflexión haría aparecer como imposibles, proyectos superfluos o excesivamente costosos. Sabe que sus votantes no tienen memoria más que para aquello que afecta a su vida cotidiana, y por eso promete estudiar lo que, a la hora de la verdad, habrá caído en el dulce sueño del olvido. El Homo politicus no recabará la opinión de ingenieros o economistas, porque unos y otros son prisioneros de formas de pensar en las que impera un cierto rigor, demasiado abstracto a veces, pero rigor al fin. Le serán de más utilidad los consejos de cultivadores de la sociología, la politología o la quiromancia, de comunicadores de pensamiento más abierto y criterios más flexibles, que pondrán al servicio del único objetivo de nuestro hombre. Un observador ingenuo tachará de incohe- rentes unas políticas tejidas de incumplimientos y vaivenes, pero se equivocará: tras la apariencia del desbarajuste todo obedece a una lógica implacable, la del Homo politicus.
Si bien se mira, esa lógica, aunque no ha sido aplicada por todos, ha impregnado la política de nuestro país durante los últimos meses, hasta culminar en el discurso de investidura de esta semana. En él, esa lógica ha llevado a nuestro Homo politicus en funciones a emplear una de las tácticas más eficaces, y a la vez más sórdidas, del político: el enfrentamiento, versión extrema del dividir para reinar, una táctica especialmente reprobable aquí. Eso es porque la primera tarea de un buen gobernante es unir a los ciudadanos en un proyecto común; algo muy difícil en una España que, todos lo sabemos, es país frágil y proclive a la división. Tanto González como Aznar tuvieron presente, de distintas maneras, esa obligación. Por eso es de lamentar que quien pretende gobernar se proponga hacerlo con menos de la mitad de los votos de la ciudadanía, imponiendo sin convencer, a costa de dejar exhaustos a los adversarios y de crear heridas que costará curar. Con tanto hablar de la unidad de España no quiere caer en la cuenta de que muchos españoles, tan patriotas como él, no quieren la unidad de la España que él y otros cuantos representan.
Es muy probable que la Fortuna nos depare, quién sabe después de cuántas elecciones, un Gobierno encabezado por el hoy Homo politicus en funciones. También es probable que esa victoria sea pírrica: que deje tan exhausto al ganador como a los vencidos, de modo que nadie tenga fuerzas para hacer nada más. Desgraciadamente, si ello es así el coste de tanto cansancio lo pagaremos todos. Mientras tanto conviene no olvidar que la unidad debe seguir siendo nuestro propósito, pero que hay otras formas de concebirla, y que no hay que desesperar de convertirla en realidad algún día.
Es probable la victoria del hoy ‘Homo politicus’ en funciones, aunque dejará tan exhausto al ganador como a los vencidos