Morir de éxito
Ycomo no ha llovido, hemos podido mantener la plena ocupación durante todo agosto”: lo suelta en la radio un hotelero del sur catalán valorando el éxito turístico del verano que aún colea. Se le nota exultante, la industria a la que pertenece y contribuye sigue creciendo y la temporada promete récords.
Julio ya los ha marcado oficialmente a la espera del balance de agosto, que está al caer. Poco importa que la falta de lluvia arrastre otras penalidades y nos alerte de los conocidos riesgos del otoño. Ni que la letra pequeña de la estadística cuantitativa nos diga que cada vez esos más turistas gastan menos. E incluso que ellos mismos se quejan de que son demasiados. Sí, ¡los turistas lamentando tantos turistas! Pero la incertidumbre terrorista sumada a las aportaciones geopolíticas han empujado a nuestras costas incluso a aquellos que se han quedado pernoctando en parques y playas a falta de reserva y solvencia.
¿Y los del país? Un amigo que vive en la Barcelona de buses, historia y selfies se queja de habitar en un parque temático. Del descontrol nocturno y la asfixia diurna. En la Costa Brava, los ayuntamientos desbordados piden paciencia a los residentes por la invasión agresiva de los temporales. El Mediterráneo no da para más. Sus litorales son los más edificados y peor urbanizados. La jungla del asfalto comiéndose playas, las anclas de las embarcaciones devorando la riqueza marina, los pescadores apurando los restos de su propio naufragio y algunos empresarios sensatos empezando a admitir con la boca pequeña que han llegado al límite porque el éxito se les ha escapado de las manos. Así está una de las industrias en que se basa la incierta recuperación económica.
Y así está el país, viendo cómo se rebana el poco pan que nos queda. Hay que poner orden, me reclama un edil impotente atrapado entre la presión de sus comerciantes, la denuncia de sus ecologistas, la indiferencia de sus colegas y la incapacidad de sus administraciones superiores. Ya sé que al sector no le gustan estas descripciones. Por muy reales que sean. Y, lógicamente, las contrapone a otras favorables. Pero el colectivo es muy amplio y no siempre comparte criterios. En privado, por supuesto. Lo demuestran las expresiones despectivas que han hecho fortuna, los anuncios de fiestas de borrachera o de reclamo consumista en el apogeo de los outlet.
Y visto en general y admitiendo que hay muchas buenas acciones y mejores intenciones, ese mismo sector debería aceptar que su buen hacer cada vez queda más diluido en el mar de sus quebrantos. A no ser que ya le parezca bien convertir al país en un orgulloso imperio del low cost. Si es así, aumentarán las actitudes vergonzosas de algunos visitantes. Los que ya actúan entre nosotros como no se atreverían a hacerlo en sus países, porque allí donde fueres haz lo que vieres.
Un amigo que vive en la Barcelona de buses, historia y ‘selfies’ se queja de habitar en un parque temático