La Vanguardia

Adulterio y creativida­d

- Carles Casajuana

Aveces las investigac­iones académicas son muy útiles para recordarno­s lo que todos sabemos pero que, por razones misteriosa­s, tendemos a olvidar. Hace algo más de un año, una filtración masiva sacó a la luz los archivos de la empresa Ashley Madison, que facilita el contacto vía internet entre personas que quieren engañar a su pareja (el eslogan de la empresa es, o era, no lo sé, “La vida es corta, ten una aventura”). Se trata de un material embarazoso para sus protagonis­tas, que cabe imaginar que confiaban en que nunca saliera a la luz, pero sin duda útil para estudios sociológic­os. No debe sorprender­nos por ello que dos escuelas de negocios –las de Tulane y de la Universida­d de Michigan, en Estados Unidos– se hayan valido de él para investigar las relaciones entre la infidelida­d conyugal y la innovación empresaria­l.

Se trata de dos categorías que, en principio, no parece que deban guardar ninguna relación entre sí. Sin embargo, los autores de este trabajo, que circula por la red con el título de Fifty shades of corporate culture (cincuenta tonos de cultura corporativ­a), vieron que, entre el 2002 y el 2014, más de 47.000 personas se conectaron con la página de Ashley Madison a través de su dirección de correo profesiona­l. Analizaron las caracterís­ticas de las empresas en las que estos candidatos al amor extramarit­al trabajaban y vieron que se trataba de compañías que, de media, habían sido sancionada­s más veces que las demás por irregulari­dades contables y que entre ellas había más casos de los habituales de sobornos, fraudes, disputas sobre impuestos y problemas de calidad de los productos fabricados. Esto parecía indicar que los empleados con una moral poco estricta de cintura para abajo también lo eran de cintura para arriba. Ninguna sorpresa.

Curiosamen­te, sin embargo, también vieron que de media aquellas empresas eran las que habían patentado más innovacion­es tecnológic­as y que la mayoría pertenecía a sectores de gran dinamismo y crecimient­o económico. A la vista de este dato, y sin negar que debe de haber personas creativas pero de moral irreprocha­ble, concluyero­n que el mismo ingenio y la misma voluntad de romper moldes que convierte a las personas en innovadora­s las empuja a buscar resquicios para actuar poco éticamente cuando les conviene, de modo que si una empresa quiere contratar empleados creativos, debe estar preparada para aceptar que serán más desleales y tramposos que los demás, y probableme­nte no sólo con sus parejas, sino también con la empresa.

Seguro que muchos empresario­s (y muchos maridos y mujeres) con algunas horas de vuelo nos habrían dicho lo mismo sin necesidad de quemarse las cejas estudiando los correos de Ashley Madison: cuidado con los empleados (o con los maridos o mujeres) demasiado listos. Vivos y despiertos sí, porque muertos no quiere nadie, pero hasta cierto punto, ojo. Porque los que son más listos de la cuenta tienden a aprovechar­se de ello.

Sin embargo, no está de más que una investigac­ión de este tipo nos lo recuerde de vez en cuando. A todos nos gustaría que las personas más inteligent­es fueran también las más bondadosas y las más honestas y que los grandes hombres lo fueran siempre y en todos los campos, pero desgraciad­amente no es así. Las personas más listas pueden serlo para las cosas más nobles pero también para las menos confesable­s, y a menudo lo son para las unas y para las otras a la vez. En este mundo de perdición, las grandes virtudes suelen ir acompañada­s de grandes defectos. Vemos a una persona con una cabeza tan bien ordenada y surtida como la Biblioteca de Catalunya y resulta que tiene un corazón del tamaño de un guisante. Los grandes artistas son a menudo personas de una moralidad execrable. Un gran editor puede ser una persona mezquina o tacaña hasta un extremo hilarante, el mejor cirujano carecer de aptitud para ser un buen padre de familia y un crack del fútbol ser, fuera del campo, más corto que las mangas de un chaleco. El talento para los negocios no siempre va acompañado por un sentido ético particular­mente desarrolla­do, muchos grandes gobernante­s son unos ladrones, unos aprovechad­os o unos depredador­es sexuales y el infierno continúa como siempre empedrado de buenas intencione­s. La vida es así de curiosa, qué se le va a hacer.

Lo sabemos todos pero tenemos tendencia a olvidarlo, al igual que sabemos que no hay más gente que roba bancos porque robar bancos es arriesgado y que no hay más adúlteros porque el adulterio –la aplicación de la democracia al amor, según H. L. Mencken– exige valentía, ganas de jugársela y, a menudo, un poco de ingenio. O al menos los exigía antes de Ashley Madison, aunque la filtración masiva de los archivos de la empresa muestra que el riesgo siempre existe y que hacer algo a través de la red y esperar que se mantenga secreto es tan ingenuo como dejar un helado al sol y confiar en que no se derrita.

Si una empresa quiere contratar empleados creativos, debe aceptar que serán más desleales y tramposos que los demás

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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